Este año se cumplen cien desde el inicio de la primera guerra mundial. Esta circunstancia ha originado la publicación de muchos artículos y libros sobre el tema, reflejando la terrible situación de quienes sufrieron la guerra. El Tratado de Versalles, la crisis económica del 29 y el auge de los extremismos llevaron años más tarde al inicio de la segunda guerra mundial, el mayor conflicto bélico de la historia de la humanidad. Aprendiendo de las tragedias y los errores del pasado, un grupo de entusiastas, encabezados por Jean Monnet, diseñaron lo que podía ser la respuesta organizada para evitar que los conflictos económicos entre europeos acabaran en guerra: el método de la integración europea y el nacimiento las comunidades europeas en los años cincuenta.

Casi seis décadas después la Unión Europea encuadra hoy a 28 estados miembros y ha conseguido que la crisis económica que estamos viviendo, la más fuerte desde la citada del 29, sea la primera ocasión en los últimos dos siglos de historia de Europa en que no desemboca en una guerra. Ha conseguido, además, que una unión que comprende el siete por ciento de la población mundial sea el 20% del PIB total y que nuestro gasto social sea la mitad del que se gasta en todo el planeta. Creo que es bueno recordarlo, ahora que soplan aires euroescépticos en muchas partes. Y hay lugares, véase Ucrania, donde la gente está dispuesta a jugarse la vida por acercarse a ella. Ello no quita que la crudeza de la crisis, y muy especialmente el paro, alcance cifras dramáticas, y que Europa, pero también España y Andalucía, debamos hacerle frente con cuantos instrumentos estén en nuestra mano. El momento actual es una buena ocasión para recordar lo que de bueno le ha traído a Andalucía nuestra pertenencia a la UE.

Si para todos los españoles, la integración en Europa supuso la consumación de un ideal democrático, es importante subrayar que, desde 1986, ha sido un importante acicate en lo económico y que nuestra tierra ha podido beneficiarse de forma positiva de numerosos fondos y programas europeos, en su mayoría, bien utilizados. El establecimiento de un espacio interior sin fronteras para las personas, las mercancías, los capitales y los servicios ha sido un importante impulso a la integración y al desarrollo económico. De hecho, es la historia de nuestros 30 últimos años. Por eso es tan importante no perder de vista esta perspectiva, reconociendo que no todo lo que se decide en Bruselas es siempre favorable a nuestros intereses, lo que hace más necesario, si cabe, una buena representación y defensa de los mismos.

Desde el año 1986 Andalucía ha recibido más de 80.000 millones de euros por el conjunto de los fondos. Es una cifra muy importante que nos ha permitido llevar a cabo grandes infraestructuras, como la autovía A-92, así como infinidad de iniciativas en materia de dotaciones, de actividad económica o de formación. Uno de nuestros grandes logros, del que nos sentimos tan orgullosos, nuestra ordenación del territorio, con una red de ciudades medias bien dotadas y con estabilidad demográfica, es fruto de nuestro trabajo pero también del apoyo europeo. Y un importante capítulo lo ha constituido la PAC, que ha permitido a un sector agroalimentario potente, diverso y competitivo como el andaluz afianzarse en los mercados internacionales. Hemos conseguido consolidar las grandes cifras de las ayudas directas a agricultores y ganaderos para los próximos siete años, lo que en el actual contexto es ciertamente un éxito. En el resto de los fondos comunitarios (Feder y otros), las cifras serán inferiores a los de los últimos siete años, pero aun así serán muy importantes, más de 9.000 millones de euros. Creo que es bueno que empecemos a reflexionar y a prever escenarios de futuro en que este apoyo irá progresivamente disminuyendo. De hecho, han sido siempre, conceptualmente, fondos de apoyo, es decir complemento a una actividad ya existente. Y ahí es donde tenemos la gran asignatura de ahora y del futuro: cómo respondemos a la nueva situación de Europa y del mundo, donde la competencia internacional es cada día más importante y donde sólo salen adelante los que son capaces de responder a la misma. Nuestro sector agroalimentario y nuestro turismo son dos baluartes económicos de primera magnitud, pero en los que tampoco podemos dormirnos en los laureles. La Comisión Europea acaba de lanzar una nueva iniciativa en favor de la reindustrialización de Europa, planteando que para el año 2020 vuelva a alcanzar el sector industrial una participación de un 20% en el PIB global. Creo que es una orientación muy correcta. Porque los cantos de sirena sobre la tercerización inevitable de nuestra sociedad nos habían colocado a la defensiva. Y, si queremos defender nuestra salud, nuestra educación, nuestros servicios sociales o nuestras pensiones, necesitamos tener el tejido económico que nos lo permita. De ahí la importancia de la capacidad emprendedora, de innovación, de asunción de riesgos y, en definitiva, de cambios.

Un buen ejemplo --y positivo-- está en nuestro sector agroalimentario. De cada euro producido de producto fresco en Andalucía lo incrementamos con 20 céntimos de valor añadido; la media española es de 43 --el doble de la nuestra--, y la comunidad autónoma más competitiva nos duplica. He ahí un buen ejemplo de por dónde podemos continuar creciendo. El mundo se mueve, Europa también y nosotros no podemos seguir dando viejas respuestas a las nuevas preguntas.

El resultado de las próximas elecciones europeas decidirá la futura composición del Parlamento, pero también la renovación de la Comisión europea, el nombramiento del presidente del Consejo europeo y del Alto Representante de la política exterior y de seguridad. Es una cita muy importante para la participación democrática de los ciudadanos de Europa, donde nuestros intereses, nuestros problemas, y los programas y las soluciones para los mismos, deberán ser parte sustantiva del debate. Así lo espero.

* Secretario general del Comité Económico y Social Europeo