En muy poco tiempo, la fotografía de familia de los dirigentes europeos se ha rejuvenecido repentinamente con la inesperada y atípica aparición en escena de dos primeros ministros rompedores, Matteo Renzi, en Italia, y Manuel Valls, en Francia. Hay que agradecer este cambio a la crisis económica. Sin ella, sin la zozobra política que las medidas impuestas por Bruselas/Berlín para combatirla han generado, sin los corrimientos electorales que ha habido en ambos países, sin la incapacidad de las clases dirigentes para hacer frente a las urgencias de los ciudadanos, no asistiríamos al actual relevo generacional.

Muchos son los aspectos que los dos políticos comparten: la juventud, el empuje, la modernidad, la urgencia o la pertenencia a la socialdemocracia. También muchos son los que les alejan, centrados casi todos en la distinta experiencia histórica y política de cada país o el apoyo con que cuentan en sus respectivos partidos. Más allá del juego de las diferencias o similitudes, lo importante es saber, y a la larga constatar, si ambos son capaces de superar los escollos en los que sus antecesores han tropezado y caído irremediablemente. Está fuera de toda duda que la política --y no solo en los dos países a los que ellos pertenecen-- necesita una gran sacudida para romper las estériles inercias enquistadas. Por ello, a Renzi y a Valls hay que desearles todo el éxito en su intento de cambio. De lo contrario, su fracaso nos alcanzará a todos.