Se han fijado que los que creen en la reencarnación cuando te cuentan de sus vidas pasadas eran un noble medieval, princesa egipcia o general romano? ¿Nadie era un campesino castellano deslomado, desdentado, hartito de pasar hambres y muerto a los 25 años, o un esclavo en una mina romana, o una niña con tres hijos a los 18 años que murió de una plaga? Porque, aunque solo sea por la ley de la probabilidad, éstos segundos, que eran la práctica totalidad de las personas que han vivido en épocas pasadas, habrían tenido que ser nuestras vidas anteriores. Pues con los antepasados pasa algo parecido: nos gustan los ancestros a la carta. Y no me refiero a que todos tenemos un tatarabuelo con título nobiliario (por cierto, siempre se olvida que otros 7 tatarabuelos y 8 tatarabuelas no tenían abolengo alguno).

Me refiero a esa mitificación confusa cuando, por un lado, le quitamos todo mérito a nuestros antepasados o, por otro, los glorificamos haciendo verdades indiscutibles leyendas y anécdotas.

En el primer caso está, por ejemplo, cuando atribuimos los méritos de un logro intelectual, de un monumento o de un gran palacio a un grupo recién llegado que se hizo con el poder. Así hablamos de que, por ejemplo, los romanos, los árabes o el rey cristiano Fulano III hizo tal o cual obra, cuando fueron nuestros ancestros los artesanos, los ingenieros, los obreros y los que cultivaron el grano que dio de comer a los artífices. A veces se llega a la paranoia pura para expropiar el mérito a nuestros ancestros. ¿Han visto esos documentales que afirman que las pirámides de Egipto o la sabiduría de los griegos es fruto de los extraterrestres? ¡Y se quedan tan anchos!

Pero tan malo como quitarle su importancia a nuestros antepasados es cuando se manipula la historia y de pequeñas anécdotas se hace un mundo idílico en el que vivieron unos ancestros, un sistema que hay que retomar a toda costa y caiga quien caiga en el presente. Sé que ésto les suena.

Seamos realistas. Nuestros antepasados, en su práctica totalidad, pasaron generaciones y generaciones sin moverse ni al pueblo de al lado y cuando lo hacían, generalmente eran emigrantes acuciados por necesitados.

Quizá debamos pensar en nuestros antepasados con una combinación de humildad y orgullo, reconociendo por una parte que casi todos nuestros ancestros eran simplemente supervivientes (que ya era mucho, muchísimo), y que a la vez, entre hambre y hambre, cuando podían, se lo ordenaban o les dejaban, hacían maravillas como la Mezquita.