La resurrección de Jesús es una realidad metahistórica. El término metahistórico es una palabra culta. Está compuesta de una preposición griega (meta = mas allá) y de un sustantivo latino (historia). Los hechos metahistóricos son realidades que existen más allá de las fronteras de la historia. Existen pero no tienen una realidad histórica. La historia tiene un principio y un final; el ámbito de lo existente se extiende más allá de estos dos confines.

Dios es una realidad metahistórica. Dios existe, pero existe fuera de los confines de la historia. Existía antes del principio, y seguirá existiendo después del final. Más aún durante el discurrir de la historia está fuera de ella. Dios no está sujeto al cambio, ni a la evolución cultural. Es el mismo en los tiempos del paleolítico, y en los tiempos de la informática. Cambia la idea que los hombres nos hacemos de Dios, pero Dios no cambia.

A veces tenemos la idea de que Dios, y toda una cohorte de personajes invisibles, cuales son los ángeles y los santos, se encuentran mezclados en el tejido del acontecer ordinario. Algo así cómo si en cada momento pudiéramos torcer el curso de los acontecimientos recurriendo a unas fuerzas ocultas y misteriosas subyacentes. La creencia en tales fuerzas ocultas y misteriosas, cuya benevolencia podemos captar mediante cultos litúrgicos, es parte de la cultura de muchos pueblos, y elemento básico de muchas religiones. Pero no tiene nada que ver con la manera cómo Jesús nos introdujo en las relaciones con su Padre. Los teólogos clásicos distinguían entre lo que ellos llamaban la causa primera y las causas segundas. Era una manera de explicar que la historia mundana es el resultado de la actuación de las causas segundas. La causa primera está en el origen de la totalidad, pero no interviene en el acontecer cotidiano. Esto es precisamente lo que significa que Dios es una realidad metahistórica, es real, pero fuera de la historia.

La resurrección de Jesús es igualmente una realidad metahistórica. Cuando afirmamos la resurrección de Jesús no entendemos por ello que haya recuperado su vida biológica tal como era antes de su muerte. No entendemos por ello que su encefalograma volviera a tener un perfil ondulado, que su tejido sanguíneo recuperase su actividad de oxigenación. Jesús mismo intentó explicarlo. Lo hizo tomando ejemplos de la sociología, en lugar de tomarlos de la biología, cuando le plantearon aquello de la mujer que supuestamente se había casado sucesivamente con siete hermanos. La resurrección a la que él se refería no significa la recuperación del status anterior a la muerte. En términos más abstractos, San Pablo dice lo mismo cuando escribe que se siembra un cuerpo material, resucita un cuerpo espiritual (1 Cor 15 44).

Todo el lenguaje de Jesús está lleno de referencias no tanto a la intervención directa de Dios en la vida de los hombres, cuanto a la dimensión metahistórica de los actos humanos. Cuando los hambrientos pasan hambre, y los enfermos sufren, no habla de que Dios venga a saciar su hambre o a aliviar sus dolores, sino de que cuando un ser humano subviene a las necesidades de otro ser humano, cuando un ser humano consuela en su sufrimiento a otro ser humano, esa acción rebasa los límites de la historia mundana, y adquiere un sentido metahistórico. Por eso dice, porque tuve hambre y me disteis de comer, porque estuve enfermo y me visitasteis, aun cuando fueseis inconscientes de la dimensión transcendental del acto humanitario de saciar el hambre de un necesitado o de arreglar la cama de un enfermo.

La resurrección es objeto de la esperanza. Así es como lo formula el Credo que rezamos en la Misa. Creo en el Padre, creo en el Hijo, creo en el Espíritu, espero la resurrección.

Por ello pienso que es más correcto definir el cristianismo como una esperanza en la resurrección, que como la aceptación intelectual de un conjunto de postulados, que solemos llamar dogmas. El cristianismo no es una estructura mental de afirmaciones intelectuales, es un modo de ser, un modo de vivir. Y ese modo de ser, ese modo de vivir carecería de sentido, sería simplemente fútil, sin la esperanza en la resurrección.

Este es el gran significado de lo que hemos vivido durante esta Semana Santa. La realidad histórica del fracaso y muerte de Jesús no es el final de la vigencia de los valores que ha defendido durante su vida. Todo no acaba con su muerte, por el contrario todo comienza con ella. En la resurrección de Jesús se abre la proyección y la esperanza en la consistencia transcendental y metahistórica de los valores de la justicia, la solidaridad y la verdad.

* Profesor jesuita