Córdoba, uno de los principales destinos turísticos españoles según las últimas estadísticas --y eso sin el apoyo de la declaración de capitalidad europea que nos birlaron--, ostenta el dudoso honor de ser "la capital de la mendicidad infantil", tal como ha denunciado ante la Fiscalía del Menor la Asociación para los Derechos del Niño y de la Niña (Prodeni). En principio podría pensarse que poco tiene que ver el gancho turístico de un lugar con la infravida de algunos de sus moradores, o incluso podría parecer frívolo y cínico emparentarlos. Pero lo cierto es que poco favorecen la imagen que la ciudad proyecta al visitante esas estampas de madres con niños a cuestas como arrancadas de otro tiempo.

Sin embargo no es ni mucho menos este enfoque, nada banal cuando puede afectar a la principal fuente de ingresos que nos luce, el más lacerante de esa mendicidad que ha regresado a Córdoba cuando parecía erradicada. Lo que ponen en juego las madres jóvenes, siempre rumanas y de etnia gitana, que se valen de sus bebés para dar más pena y así aumentar la recaudación, es la misma dignidad de las personas, completamente indefensas ante tal utilización. Así lo ve el subdelegado del Gobierno, Juan José Primo Jurado, que ha reaccionado de inmediato a la denuncia de Prodemi afirmando que la situación "no puede seguir" de ninguna de las maneras. Y que es preciso que fuerzas de seguridad (la parte que a él más de cerca le toca), fiscalía y área social de todas las instituciones se pongan manos a la obra para que desaparezca esta práctica vergonzante.

El Ayuntamiento fue el primero en responder ayer a la denuncia de la oenegé, que llega a tachar a Córdoba de ser la única capital española con semejante lacra, aunque sospecho que esas habas deben de cocerse en otras muchas partes. La concejala de Familia, María Jesús Botella, recordó que los servicios municipales trabajan ya para evitar la presencia en la calle de menores mendicantes --algunos más creciditos, que meten sus padres a aparcacoches--. Pero a la vista está que ese esfuerzo resulta insuficiente.

En una sociedad en que, con o sin crisis, todos aspiramos a una vida mejor y más justa, es insostenible consentir que niños sin escolarizar, o recién nacidos, acompañen a sus madres a diario en jornadas maratonianas ante la impasividad de los poderes públicos. Y no solo de ellos, sino también de nosotros, simples ciudadanos que a veces llevados por una ingenua solidaridad hacia las madres, o por no meternos en líos, hacemos la vista gorda, soltamos una moneda y procuramos olvidar cuanto antes una visión que zarandea nuestra conciencia.