Jesús el Nazareno, flagelado y humillado con una corona de espinas, con la mirada perdida, a duras penas recorre su dolor por calles y plazas en la semana de pasión.

Con el rostro ensangrentado, sus ojos hundidos, mirada al cielo, sus imposibles pasos le llevan, camino del calvario, portando su propia cruz para ser crucificado.

Por un momento, desde la acera, contemplando atónito, ese tránsito oscuro y su cruel destino, clavé mis ojos en los suyos y pensé, Dios mío, aunque no los veo, también, desfilan junto a ti, con los pies ensangrentados y con llagas en sus cuerpos, esos pobres niños, disparando en las guerras con fusiles en sus manos.

Igualmente, procesionan innumerables seres humanos, hambrientos de libertad, paz, pan y justicia.

También desfilan junto a ti mujeres y madres, apaleadas e injustamente maltratadas por unos verdugos que fueron, precisamente, un día, los hombres a los que amaron, los padres de sus hijos a los que se entregaron y veneraron.

Procesionan, igualmente, a tu lado, muchos abuelos y ancianos, tristes, solitarios, perdidos y aislados.

Vislumbro, también, las siluetas de pequeños e inocentes animales maltratados y por sus dueños torturados.

También, junto a ti, observo que portan su particular cruz miles de irrecuperables enfermos que habiendo perdido la salud, su tesoro más preciado, dignamente sobrellevan su dolor hacia un final e inevitable desenlace.

A tu lado, también, caminan hombres y mujeres desempleadas que muestran sus manos vacías pero dispuestas a ofrecer a los demás lo mejor de sí, de sus conocimientos, dedicación y trabajo.

Permíteme decirte Jesús el Nazareno que sepas a modo de consuelo, que camino de tu crucifixión, en ese infinito e inexplicable dolor, no estás sólo y junto a tu pesada cruz, millones de pequeñas cruces son llevadas por quienes tú creaste y ellos y ellas, aunque no los veas, permanente e infatigablemente, te siguen, te alientan y te arropan.

* Secretario del Ayuntamientode Córdoba