Este planeta tiene ya sus añitos, los suficientes para que los polos magnéticos se hayan trastocado unas cuantas veces. Y no es cosa de brujería ni de supersticiones: basta con mirar el buzamiento de algunas capas geológicas y la orientación de los minerales férricos para comprobar ese trastoque de la brújula antes del tiempo de los hombres. Si el norte y el sur travisten su posición, imagínense qué puede ocurrir con las palabras. Nadie puede negarle a la utopía su carácter salvífico, pero no se olvide que el propulsor de este vocablo fue elevado a los altares. En el reino de las evocaciones, hay un largo camino desde la Utopía de Tomás Moro, donde los arcángeles de Roma no impidieron el martirio en la Torre de Londres. Hoy, la utopía se la ha apropiado el espectro ultravioleta de la izquierda, el que ratonea con perroflautas y revoluciones.

Por el otro extremo, la ley surgió de la expresión de la voluntad popular, como urticaria del absolutismo. Actualmente, algunos se afanan en encapsularla en el formol del conservadurismo, como si ley y orden fuera el frontispicio de un Estado gendarme.

En esa telaraña pavilucia ha caído la sociedad, como si el progresismo se hiciera el sueco ante el imperio de la ley, y la derecha renunciase por derecho divino a la insolente imaginación. Que sí, que sí, que ya sabemos que el PSOE no es derechoso, pero ha tenido una oportunidad inmejorable de granjearse los méritos de esa cordura. Sería por galones o por tacticismo, mas Susana Díaz, con la crisis de la corrala Utopía, ha podido dar un golpetazo sobre la mesa y mostrar que los que más gritan no son necesariamente los que más necesitan. No son muy recomendables los altruismos sectarios, pues aunque todos los partidos cocinan el electorado para encauzar sus propios intereses, no puede hacerse de manera tan gruesa, alardeando de que todos somos iguales, pero aún más los nuestros.

Para un político, el titubeo es el flanco donde el adversario olisquea la debilidad. Decir que el Gobierno de la Junta sale más fuerte tras ese quíteme allá esas competencias es como encomendarse al pulpo mascota. Esa marcha atrás de la Presidenta podrá entenderse como un respaldo a la coalición gubernamental, pero también como una servidumbre de la aritmética de las urnas. Pero la audacia también se alcanza con la coherencia, y sostener el órdago de exigir a su socio de Gobierno una máxima utópica: gobernar para todos, sin más discriminaciones positivas que las que la propia ley otorga.

* Abogado