Epicuro, maestro del vivir inteligente, distinguía entre placeres cinéticos, aquellos que ponían en movimiento nuestro espíritu, como el amor o el deseo, y los catastemáticos, equilibrados y estables. Y recomendaba los segundos porque eran más bellos y completos. Por ejemplo, el placer de sentarse a la mesa con los amigos y charlar de lo divino y lo humano. Decía el filósofo griego que "has de mirar con quién comes y bebes antes que lo que comes y bebes; porque comida sin amigo es comida de leones y lobos". Haciéndole caso a Epicuro, he tenido la oportunidad de disfrutar de un rato de placer catastémico compartiendo mantel con dos amigos, poetas del calibre de Luis Alberto de Cuenca y Eduardo García, recientemente ganador del XXXV Premio Internacional de Poesía 'Ciudad Autónoma de Melilla', cuando el primero vino a disertar a Córdoba sobre Platón, la poesía y el amor. Un tema tan abstracto fue convertido por la sabiduría de Luis Alberto de Cuenca en una fascinante conversación con los alumnos de bachillerato del IES Blas Infante, de repente convertido en la Academia ateniense platónica, atrapando a los jóvenes asistentes en las redes del eros pedagógico de su voz aterciopelada y su vasta cultura.

Armado únicamente con sus libros y su memoria, Luis Alberto de Cuenca recitó y glosó algunos de sus poemas en los que busca el eterno femenino a través de la selva oscura de los sentimientos, dejándose llevar a través de un río heracliteano en el que desembocan las películas de Howard Hawks, los versos de Jorge Luis Borges y las experiencias de una vida ancha y profunda.

Marina, Cora, Raúl, Víctor, Eduardo, Paula, Marián, Claudia, Carmen y Natalia, transmutados en unos nuevos Alcibíades, Fedro, Diotima y Eutifrón, contribuyeron con sus comentarios y preguntas a hacer que el encuentro con Luis Alberto de Cuenca se pareciera mucho a uno de esos diálogos con los que Sócrates inició esa gran conversación intelectual que constituye la patria espiritual que llamamos Europa.

Dijo Luis Alberto de Cuenca que hay múltiples interpretaciones y que la creatividad reside tanto en el autor como en el lector; también, que no hay alta y baja cultura sino que la inteligencia se puede manifestar tanto en un libro de filosofía, un tratado de mecánica cuántica como en un cómic. Que creía en la existencia de Homero, el padre fundador de la literatura occidental, y que sus maestros fueron Cirlot, Gimferrer y Gil de Biedma. Nos recomendó El lobo de Wall Street y la serie Vikingos . Y pidió berenjenas fritas con miel, pinchitos morunos y una Coca Cola.

Cuando Epicuro hablaba de la superioridad de los placeres inmóviles y equilibrados, catastemáticos, se refería al cultivo del espíritu, de la intimidad, de la conversación que hace abrirse los brotes azules de la inteligencia. Las que crecen como en un invernadero en la obra de Luis Alberto de Cuenca: metáforas sofisticadas y versos como flores del bien. Que pronto, allá por la primavera y el mes de abril, se abrirán en un nuevo poemario. Mientras, paladeemos como un buen manjar "Cuando pienso en los viejos amigos que, en el fondo del mar de la memoria, me ofrecieron un día la extraña sensación de no sentirme solo y la complicidad de una franca sonrisa".

* Profesor de Filosofía