Ochenta colchones. Ese ha sido el regalo de Navidad más abundante que la diócesis de Bangassou ha recibido este diciembre 2013. El Niño Jesús nos regaló también hace poco la liberación de Bangassou de entre las garras de aquel que nos ha pisoteado, violado, maltratado, robado y mancillado sin recato, el famoso comandante Abdallah, al que vimos salir de nuestra villa maniatado para ser juzgado en la capital. 80 colchones, en su cajita de regalo, un conteiner de 24 metros, todos alineados, encorsetados desde España, sin envolver en papel de regalo, simplemente colchones de navidad. Han sido recogidos por amigos de la Fundación Bangassou, de la Delegación de misiones de Córdoba, de una residencia de estudiantes de Sevilla y de los colegios mayores de la UCO, para enviarlos a Bangassou, donde los rebeldes Seleka, que atacaron la diócesis el 11 de marzo, se habían encariñado con ellos, con todos los colchones que encontraban a su paso en cada misión, en el seminario, en las casas de monjas y frailes. Todos se los llevaron. No entendemos la fijación que tenían esos comandos rebeldes armados hasta los dientes por llevarse de cada sitio los colchones de la casa. O por estar ellos cómodos o por dejar incómodos a su prójimo. Lo cierto es que ese objeto tan cotidiano en donde pasamos una tercera parte de nuestra vida era presa codiciada por los Seleka.

Hace dos meses, se formó en Bangassou un pandemonio. Una algarabía de gritos, amenazas, machetazos y dientes largos porque la población estaba harta de la acumulación de humillaciones que los Seleka nos habían ya infringido y el grito de "¡basta ya!, estamos hasta las narices" se tradujo en árboles cortados cerrando entradas y salidas de Bangassou, busca y captura hasta el garrotazo final de todo rebelde Seleka, banderola ninja en la frente y machetes amenazantes en las manos. Aquello pudo terminar en una masacre pero Dios no lo quiso así. Llamamos al gobierno, a las radios, al sagrario de mi capilla... porque empezaba una caza indiscriminada contra musulmanes que, como todos sabemos, los hay buenos y malos, y algunos estupendos amigos, y corrían el riesgo de entrar en el saco común. Esa noche del 4 de octubre, tres Selekas disfrazados quisieron entrar en Bangassou, en moto, cuando una barrera "ninja" de auto-defensa los descubrió, desnudó y maniató con cables de la luz. Una concentración de histéricos vociferantes tardó poco en liarse a bastonazos contra ellos. Tan caldeado estaba el ambiente que la cosa degeneró en muerte violenta. Nadie quiso entender que Dios nos dijo: "No matarás" y se liaron a palos y machetazos con esos tres cuerpos inertes (que a su vez ellos mismos, dejadme adivinar con picardía el pasado, habían hecho lo mismo en meses anteriores, con otros tantos cuerpos inertes...). Dos de aquellos infortunados suspiraron por última vez a los pocos minutos pero el tercero, un tal Zacarías, musulmán del norte, logró escapar y vino a la misión católica, a la hora en que rezábamos vísperas. Cantando el Magníficat vimos acercarse por la ventana ese muchacho ensangrentado, en calzoncillos, abierta la frente de un machetazo y el costado de un corte profundo de 20 centímetros... Lo lavamos, le cosimos las heridas (la hermana Pascualina, enfermera, dormía justamente en la catedral con su comunidad por cuestiones de seguridad...), estaba sediento y hambriento, lo vestimos con una camiseta de "sale el sol por Antequera" y una zamarra del Atlético de Madrid y se acostó en una habitación un poco apartada, pero con colchón y sábanas, un mullido colchón que para Zacarías fue un lecho en el paraíso cuando podría, unas horas antes, haber estado durmiendo una muerte eterna en no me imagino qué tipo de colchones que habrá en el infierno. Nadie en la misión abrió el pico. Si lo llegan a saber los ninjas vienen a por él. Ni cocineros, ni centinelas, ni sacerdotes ni el carpintero también refugiado en la catedral dijeron esta boca es mía hasta el día siguiente que, muy discretamente, lo logramos evacuar en un avión que llegaba con militares de Bangui para doblegar la rebelión.

Hemos cambiado los machetes por colchones. Cada uno con funda nueva como si fuera su papel de regalo. Pero lo importante es que, por fin, después de mucho tiempo dormiremos, en paz, en colchón mullido y profundamente, no como las gallinas durmiendo y cacareando a la vez. Sueños alfa y beta continuos, sin pesadillas, porque los ataques nocturnos y las fugas de alta tensión se han terminado. Sólo nos queda por arreglar el tema de la rebelión de Joseph Kony, que todavía campa por sus anchas, él ya viejo y achacoso, reemplazado por un hijo de 21 años, hirviendo de violencia acumulada. Pero eso ya es otro capítulo. Por el momento tengamos una navidad feliz, de colchones nuevos y sueños de un futuro mejor para este pueblo.

* Obispo de Bangassou