No faltan las guías de viajes extranjeras, más asidas a los tópicos que a la originalidad, que afirman que el corazón de los españoles se encuentra en los bares. Esta afirmación, que en un primer momento afila el regusto cínico del lector, veía desinflarse su vertiente malévola a medida que el viajero se rendía ante la bendita desinhibición de esos establecimientos. Siempre hay excepciones, como la señora Beckham, que se fue de este país despotricando que España olía a ajo. Pero voces más autorizadas la precedieron y la desacreditaron, como ese tal Hemingway que se apropió de Pamplona.

Las odas proceden de diversos vectores. Generacionalmente, la musicalidad de esos templos del afecto se la asigno a Jaime Urrutia y a su piropeado "Bares, qué lugares", pues una barra es la zona cero de una gran amist... o lo que se tercie. Y Valle-Inclán, con su Max Estrella, no renunció a las tabernas de Madrid para pasear por ellas el esperpento y todos sus cristales deformados.

Volvemos al tópico menguante. El hecho diferencial ante tanta globalización era el virtuosismo del taxidermista ante las cabezas de toro colgadas en el mesón. Y sobre todo, esa hilera de pezuñas porcinas que allende conectarían con la Inquisición, pero aquí solo producían jugos salivares. Han caído otros atrezos, como ese espumillón de servilletas desparramadas por las losas, que levantaban los zapatos como hojas de otro otoño, oculta entre la maleza alguna cabeza de langostino. Ha desaparecido el humo del tabaco, y el cielo no se ha resquebrajado. Se fueron los hules y los mondadientes, como una concesión a la modernidad. Y ahora el Gobierno quiere dar un paso más, evitando el rellenado de las aceiteras. Tiempo ha se atacaron las bebidas espirituosas, pues se daba prelación a evitar que nos endiñaran un güisqui peleón.

Más que doblegar el costumbrismo, la medida del Ejecutivo habrá pretendido espabilar esta economía de adormidera. El sector del aceite habrá celebrado la decisión, al igual que la habrán denostado los fabricantes de embudos. Se prodigarán las cápsulas oleicas, como si George Clooney se pasara de los expresos a las almazaras. Bienvenido este celo por el continente, pero lo que a uno le preocupa es el contenido. Prefiero las tostadas de una buena prensada, oculta en algún bareto de la vieja guardia, antes que un envoltorio que solo busque contentar el paladar de los guiris.

* Abogado