Córdoba también fabrica maquetas para el sistema que nos va a gobernar dentro de nada si los brotes verdes no lo remedian: el capitalismo sin fronteras. La última realidad virtual es la de un hospital privado que iría donde ahora crece la higuera enfrente del envoltorio de chapa de Urende, por donde de noche se oyen los lamentos de los primeros mártires de la crisis, con un cartelón casi macabro donde "1 euro" protagoniza su última campaña de captación de clientes. La creación de puestos de trabajo es el empeño más digno de una época en que su inexistencia nos conduce al desaliento fatal. Pero la construcción de hospitales privados mosquea porque quienes se embarcan en esas aventuras donde hay que invertir --ahora que nadie lo hace-- es porque antes se han olido el futuro: el imperio de la empresa privada, que está llegando a su cénit de olor corrompido en las calles de Madrid y su huelga de recogida de basura. La empresa privada es una iniciativa loable y necesaria en la que el trabajador tiene que ponerse las pilas porque detrás de ella no está el Estado para tapar los agujeros de la incompetencia. Pero con las cosas de comer --la salud, por ejemplo-- no se debe jugar. Hay a quienes les da igual porque con su dinero se pueden costear la mejor cama de hospital del mundo, pero no a la inmensa mayoría de la población. La sanidad pública del Estado de bienestar ha supuesto para los más humildes ser tratados con dignidad de personas, algo impensable en aquel tiempo de señoritos y beneficencia en el que las clases tenían delimitado su cometido y sabían a qué atenerse en la vida: los de arriba esperar a ser servidos por los de abajo, y estos, caminar de rodillas y curarse la tos ferina al calor de la lumbre. Parece que la crisis es una especie de cursillo intensivo para aprender quiénes somos unos y otros. Los de siempre seguirán donde están, en los consejos de administración de bancos y empresas solventes, y votarán de nuevo a su partido, el que les mantendrá sus privilegios, aunque en público aparenten distanciamiento ya que sería necio que sus votos fueran, por ejemplo, para Izquierda Unida, que intenta segar privilegios. Es la única parte de la población que lo tiene claro. La otra, la que intenta ser progre, la que tiene que echar cuentas para que el bolsillo no le de sustos, la que se cree con brillito y clase pero que depende del mate de la nómina, seguirá desnortada esperando ser admitida en el reino de los otros: el que ya mismo empiezan a construir poniendo precio de alcurnia a una cama de hospital.