Hoy, 1 de noviembre, celebramos el "Día de Todos los Santos" y mañana, 2, conmemoramos el "Día de los Difuntos". Estas fiestas gozan de un arraigo y una extensión universal en la tradición católica; en ellas se nos invita a visitar los cementerios donde yacen nuestros seres queridos, a rezar por ellos y, sobre todo, a recordarlos dando muestra de nuestra gratitud y respeto.

Los cementerios en estos días recuperan una actividad y un colorido a través de la suntuosa variedad de ramos de flores que sobre las tumbas y lápidas de nuestros descendentes y seres queridos depositaremos.

La Iglesia celebra en estos días la eucaristía en las capillas de los cementerios para así acercar y reforzar el vínculo que nos une con seres que allí descansan; ésta es también la manera que usa la Santa Madre Iglesia para prepararnos a la muerte con una reflexión y una visita, frente al hedonismo que impregna al hombre de hoy.

La muerte es algo cierto, es un hecho que indiscutiblemente nos acecha y nos encuentra en momentos inesperados, momentos que cuestan superar pero que biológicamente son venideros.

El ser humano es un ser para la vida, Jesús así lo concretó en unas palabras paradigmáticas: "El Padre no es un Dios de muertos, sino de vivos". Así la vida del hombre no termina, se transforma.

Además de recordar y honrar a nuestros familiares, que descansan en el cementerio, existe otra cultura igualmente enraizada en el tiempo, que surge en estas fechas, como es la gastronómica, pues resulta habitual en este tiempo la elaboración de unos platos como son las gachas, los huesos de santo y los buñuelos.

Antonio Porras Castro

Villafranca de Córdoba