Las recientes declaraciones del ministro Montoro, donde le lanzaba una puya al cine español, han vuelto a poner sobre la palestra ciudadana, que no sobre la de los sesudos del cine, si el cine español gusta o no a los espectadores que son al final los que cuentan. Y digo que son los que cuentan porque la producción cinematográfica ha de ser un arte que busque venderse para ser rentable y no el arte de la subvención como ha venido siendo en las últimas décadas. Y cuando esto último sucede entonces el cine se convierte en un bodrio oportunista, al gusto de unos pocos, muy pocos. Y es que el cine no es sólo un artificio técnico, sino que es arte puro y duro. Un arte que puesto al servicio de unos valores e ideales puede llegar a seducir a propios y extraños. Y como no podíamos obviarlo, ahí está la producción cinematográfica norteamericana. ¿Y qué vende el cine norteamericano que tanto gusta? Pues es sencillo: carácter, cultura e idiosincrasia genuinamente norteamericanas y sin complejos, ya sea en una cinta de terror, de drama o de comedia; o del género que sea. Estos tres ingredientes juntos o por separado son el perejil de Arguiñano para las películas made in USA. Por supuesto, con cocina de calidad. Pero, bueno, la calidad en principio no ha de preocuparnos, pues en España sobran buenos actores, directores, guionistas y productores. Sólo falta que nos enteremos de una vez que si promocionamos lo nuestro, esto es, nuestro carácter, cultura e idiosincrasia, con arte, podemos hacerle hasta la competencia a los norteamericanos. Y si no cree que en "lo nuestro" haya un filón de estos tres ingredientes métase en el youtube y busque aquellos episodios del Estudio 1 de la televisión naciente española. Si la cuarta parte fuéramos capaces de llevarlos al cine, con aquella misma calidad, hasta los norteamericanos y Montoro nos pedirían más cine, por favor; español, claro.

* Publicista