La manifestación del Papa Francisco, vaticanamente incorrecta, confesando: "Jamás he sido de derechas", ha levantado ampollas. En ciertos sectores influyentes de nuestra sociedad, que se consideran más papistas que el Papa, lo están desautorizando abiertamente. Los reaccionarios hispanos, altaneros por naturaleza e intolerantes con el cambio de sus principios categóricos, están de uñas con el Papa, como lo prueba el hecho de que un conocido medio de comunicación madrileño, afín al integrismo, se haya descolgado con un extenso reportaje lleno de verdades escasas y abundantes sofismas, inexactitudes y racimos de mala uva, para sostener que la calidad moral de la derecha es siempre superior a la ética dudosa de la izquierda. Un sonoro palmetazo al Papa Bergoglio, resucitando, de paso, el maniqueísmo de las dos Españas, que tantos réditos les deparó en el pasado reciente. Y lo peor de esas actitudes radicales, capaces de montar un Cafarnaum al mismísimo Papa si no comulga con su parecer, es que quienes las ejercen se consideran "gentes de orden". Una flagrante mendacidad porque lo único que defienden es "su orden", y lo hacen a capa y espada, llegando muy lejos si alguien denuncia, repudia o pone en peligro sus seculares privilegios. Gran alboroto, próximo al escándalo pontificio, ha producido Francisco en nuestros integristas, que todavía lucen el pelo de la dehesa tridentina. Críticas malévolas que, en sentido estricto, resultan injustificadas porque los evangelios, correctamente leídos, son la narración de la vida, milagros y sacrificio de un hombre justo --Hijo de Dios que, como enseña la fe, se encarnó en una humilde familia de Nazaret--, crucificado por orden de los sepulcros blanqueados y los poderes reaccionarios de aquel tiempo. En ese contexto evangélico es lógico que el Papa actual jamás haya sido de derechas.

* Escritor