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Opinión

MANUEL Villegas

Un muerto de hambre

Los hechos: el Hospital Virgen del Rocío de Sevilla da de alta a un joven polaco de 23 años (casi un niño), con el diagnóstico de "desnutrido". Esta palabra es un eufemismo para encubrir otra más terrible que es hambriento o desfallecido.

Lo desvían a los Servicios Sociales (suponemos que serían a los del Ayuntamiento hispalense), para que allí lo atiendan. Se sienta en un banco esperando su turno; y los que por allí pasaban, al verlo totalmente quieto e inerte, o lo que es lo mismo, falto de vida y movilidad, se acercan a él y comprueban con la correspondiente sorpresa que el muchacho está muerto. Así de escueto. Ha muerto de hambre un joven en nuestra España del "bienestar" y de la cierta, aunque mejorable, atención de los hospitales que tenemos y de la Sanidad de la que gozamos, que es referente donde se miran muchos países del primer mundo.

El joven pesaba treinta kilos. ¿El médico que lo reconoció (suponemos que sería un facultativo) por primera vez, no fue capaz de darse cuenta de que ese peso no correspondía con su edad y sí, más bien, era el peso de un niño, y lo que necesitaba era comer? Para haber llegado a esos kilos, habría debido de estar consumiendo todas sus reservas corporales durante mucho tiempo, pues nadie se muere de hambre repentinamente, ya que todos sabemos que para morir de necesidad tienen que pasar varios días sin tomar ningún tipo de alimento. ¿Cuántos días estuvo sin comida?

¿Qué ha habido y hay detrás de esta ignominiosa muerte? ¿Qué equipo de médicos lo atendió y quién fue el responsable de dar de alta a un hambriento y echarlo del hospital posiblemente para evitarse problemas? ¿De qué les ha servido el juramento hipocrático, que todo médico ha de hacer, sobre todo en la parte que dice: "Estableceré el régimen de los enfermos de la manera que les sea más provechosa según mis facultades y a mi entender, evitando todo mal y toda injusticia"? No sólo no le han evitado todo mal sino que le han causado el peor de todos, el irreparable de la muerte.

Quien ha pasado por un hospital sabe a la perfección que, al día, sirven al paciente cuatro comidas: desayuno, almuerzo, merienda y cena. ¿Dónde estuvo el fallo para que transcurriesen tantos días sin que ese desgraciado ser humano recibiese alimento, hasta llegar a la trágica muerte que ha padecido?

La desnutrición, aunque la portase antes de entrar en un hospital, la puede diagnosticar un médico casi sin reconocimiento. No entiendo de medicina pero sé que con sólo mirar a los ojos de un enfermo se sabe si éste está bien nutrido o no, más en este caso que el peso corporal lo ponía de manifiesto. La falta de nutrición, o sea, el hambre, para mí, que desconozco todo lo referente a la ciencia médica, creo que sólo hay una manera de curarla: dándole alimento al enfermo.

¿Dónde estuvo el fallo en que no le proporcionaran el alimento necesario para curarlo del hambre?

Francisco, el Papa, ha dicho que lo sucedido en Lampedusa es una vergüenza. ¿Esto qué es? ¿Qué ocurre en la Autonomía en la que se derrocha el dinero a manos llenas en gastos fastuosos innecesarios, en mariscadas, drogas y cosas peores, mientras hay niños mal nutridos a los que se les tiene que proporcionar, por lo menos, una comida al día?

Ahora, para cubrir el expediente de esta muerte infamante, posiblemente, o no, se abrirá un expediente informativo en el que, aparte de perder el tiempo y el dinero en reuniones inoperativas, nadie será responsable de la muerte vergonzosa de este joven, y nos quedaremos tan tranquilos y sin que nos muerda la conciencia. Al fin y al cabo era un muerto de hambre.

* Doctor en Filosofía

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