"Querido alumno: por fin tengo la alegría de poder dirigirme a ti, para citarte al comienzo del curso de la Escuela Superior de Técnica Empresarial Agrícola. Deberás estar en Córdoba el día 2 de octubre para el acto inaugural del curso. La misa del Espíritu Santo será a las siete de la tarde en la iglesia de la Real Colegiata de San Hipólito, y a continuación el acto académico en los locales de la Escuela. Entrada por Gran Capitán 5. Las clases comenzarán el día 3 a las 9 de la mañana". Este era el tenor de la carta que recibí de Jaime Loring, S.J. el día 18 de septiembre de 1963, anunciando la apertura de una de las instituciones docentes más prestigiosas de Córdoba.

La primera promoción de ETEA la formamos alumnos de procedencia muy heterogénea, tanto a nivel geográfico --estaban representadas prácticamente todas las regiones españolas-- como a nivel académico y social. Y es de significar la circunstancia de que un elevado porcentaje del grupo éramos "rebotados" de otras carreras universitarias, en cuya defección influiría la falta de identificación o inadaptación a la enseñanza oficial de entonces. Cuestionábamos la "titulitis" desde la plena convicción de que el título no sería lo que acompañaría al éxito de nuestras actividades profesionales posteriores, y ETEA representaba aquello con lo que soñábamos, a pesar del reto que representaba. Eramos conscientes de que nuestro título no sería oficial, que no nos abriría puertas para entrar en organismos públicos y en otras entidades, pero nos llevó a ETEA el rumor de la novedad, de la innovación y, sobre todo, el crédito de una institución con el aval docente jesuita contrastado en todo el mundo durante siglos. Escogimos, por tanto, nuestra formación como la mejor tarjeta de visita y eligiendo como el mayor potencial nuestros propios conocimientos, nuestro trabajo, nuestro esfuerzo.

Y no nos equivocamos. Desde que la Escuela abriera sus puertas, sucesivas generaciones de alumnos somos deudores de un estilo y características pedagógicas que perseguían siempre la excelencia, quedando inculcado en nosotros ese afán de superación --el magis ignaciano-- y la lucha ante la vida que tanto han determinado nuestra actividad en los más variados ámbitos de la sociedad.

Porque frente a la obsesión por la especialización, que dominaba la universidad española, nuestro norte sería la "desespecialización". Teníamos un menú de asignaturas largo y estrecho, muchas y con poca profundización en sus contenidos. Aprenderíamos muchas materias pero someramente de cada una de ellas. Cualquier profesional con sus conocimientos de abogado, agrónomo, economista, industrial, sociólogo, veterinario, etcétera, ante un hecho concreto sería más competente. Sin embargo, nosotros ofrecíamos un bagaje más plural y completo, más adaptados a la complejidad de la toma de decisiones empresariales, y más afines a la exigencia de escuchar a todos los colaboradores antes de asumir la responsabilidad de la decisión final.

No era fácil en aquellos años tener esta filosofía y al mismo tiempo que los propietarios de las empresas nos fueran a delegar la responsabilidad de planificar, organizar, dirigir y controlar sus negocios. Y más difícil todavía si nuestra formación iba encaminada al sector agrario. Por tanto fuimos valientes, osados, casi temerarios. A pesar de todo, con unas condiciones tan adversas y un entorno tan poco receptivo, puedo asegurar que de aquella heterogénea promoción la mayoría de sus integrantes han destacado en sus actividades profesionales. ¿Y cuáles fueron las razones que llevaron al éxito profesional a la primera promoción que no tenía el atractivo de un título oficial? Sin duda el convencimiento de que no nos iban a regalar nada, que tendríamos que demostrar nuestra valía, nuestra imaginación y nuestra capacidad emprendedora. Las salidas profesionales no estaban señaladas. El camino lo haríamos al andar. Nos forjaríamos en la dificultad.

Fueron cinco años inolvidables. Con muchos profesores la relación fue entrañable y, amén de trasmitirnos su saber, nos inculcaron con hechos, y no sólo con palabras, que teníamos un deber de correspondencia y responsabilidad con nuestra sociedad. Habíamos tenido la inmensa suerte de recibir una formación superior; la sociedad había invertido en nosotros y había llegado el momento de corresponder con generosidad y solidaridad. Como deudor de aquella noble y superior enseñanza, creo que el recuerdo y la memoria deben ser mi primer homenaje, ahora que se cumple el 50 Aniversario de tan docta institución cordobesa.

* Ldo.1 promoción de ETEA