La gente busca el pueblo, su patria chica, no tanto para el descanso, cuanto para el reencuentro, aprovechando así la época estival, o al menos unos días de vacaciones.

Volver al pueblo, pasear por sus calles, contemplar sus plazas, saludar a la gente, adentrarse en su ritmo o descubrir sus cambios, siempre resulta gratificante.

Desde que Dostoyevski nos dijera que "la verdadera patria del hombre es su infancia", nuestros pueblos mantienen siempre su magia para revivir lo vivido, recordar el pasado y conocer sus cambios tanto en el paisaje urbano como en las costumbres. El pueblo ofrece a sus hijos la oportunidad del reencuentro, pero también el poder saborear saborear y conocer mejor su historia, sus monumentos, sus atrasos y retrasos, lo que se hizo de nuevo y lo que queda todavía por hacer.

Pasar unos días en el pueblo --en Hinojosa del Duque, por ejemplo-- invita a extasiarse de nuevo ante la Catedral de la Sierra, monumento a la fe y al granito, --"granito para la eternidad"--, descubrir los pequeños jardines con su toque de belleza ornamental en las antiguas plazas, subir hasta la ermita del Santo Cristo, desde donde se divisan varios pueblos del Valle de los Pedroches, gozar de la paz monacal del convento de las religiosas concepcionistas y recorrer las calles remozadas en casi todas sus casas, que ofrecen puertas y fachadas con la marca del granito y el esplendor de la madera tallada y reluciente.

Alguien nos decía que en las calles y plazas hinojoseñas ha habido más cambios en los últimos 30 años que en un siglo. Muchos de los valores antiguos y tradicionales han cambiado con la invasión de los móviles e internet.

Quizás por eso, la paz de los pueblos nos abre a nuevas interrogantes. Caminamos, sí, pero ¿hacia dónde? Esta es la pregunta que flota en el ambiente.

* Sacerdote y periodista