Sesenta y seis años de su muerte. Frente a seguidores y frente a detractores, no podemos vivir revisando nuestra historia según las ideas ni menos aún las ideologías de cada época. El hecho es que Manuel Rodríguez Sánchez nació en Córdoba, fue torero y murió torero. El hecho es que su toreo y su persona dejaron tal impronta que consiguió alzarse en hito y llevar por el mundo el nombre y las esencias de nuestra ciudad. Aquella época pasó. En bien de nuestro presente y nuestro futuro no debemos emborronar las huellas del pasado, porque nos quedamos sin raíces y nos presentamos como una ciudad que se niega a sí misma. No podemos cargar contra Córdoba nuestras ideologías, porque somos ella y por lo tanto recogemos los frutos de cómo nos tratemos. No puede ser eso de que como estoy en contra de los toros, estropeo el monumento a Manolete, sufragado por suscripción popular; como estoy en contra de los toros, destrozo la escultura yacente en el cementerio de Nuestra Señora de la Salud. No somos dueños de la Historia; sólo depositarios. Podemos llevar estas raíces con cariño o con indiferencia, pero nunca podemos variar lo que nos legó cada época. Al fin y al cabo, quienes conocieron a Manolete, y lo valoraron, y lo alzaron fueron nuestros padres. También hubo una época en que se denostó a Julio Romero, y el flamenco, y las tabernas, y los patios, y sin embargo, ahora somos eso, nos sostenemos en eso y hasta vivimos de eso. ¿Con qué esencias podemos entonces resultar atractivos al resto del mundo para merecernos ser su capital cultural?