La teoría botas de la desigualdad social no figura en los ensayos y tratados de pensamiento político, y por eso muchos la desconocen. En realidad, la conocemos esos lectores del novelista británico Terry Pratchett que no acabamos de salir del armario, porque casi nadie admite en público leer las novelas de Mundodisco a pesar de que el autor vende tantos millones de libros que solo ha sido superado por la autora del inefable Harry Potter. En algún sitio estaremos, aunque no lo divulguemos, los millones de lectores que disfrutamos y nos tronchamos de risa con el capitán Zanahoria, el patricio Vetinari, la Muerte, las brujas Ceravieja y Ogg, el fracasado mago Rincewind y el baúl de madera de peral, entre otros personajes --hay centenares--, y doy el paso sin miedo al desprestigio.

Pues volviendo a la teoría botas de la desigualdad social, forma parte del corpus ideológico vital del comandante Samuel Vimes, uno de los héroes de Pratchett, que la formula después de casarse con una noble millonaria con la que descubre que los ricos pueden permitirse un tipo de pobreza que a él le asombra y le irrita. "El asado que sobró de ayer tiene que acabarse", le conmina su esposa, y Sam, que ha sido pobre y se come sin hacer ascos cualquier plato que le pongan por delante, se cabrea porque su Sybil lo dice como si hubiera que hacerle un favor al cerdo.

Paciencia, que ya me acerco. Sam, antes de ser lord y todo eso, ha tenido siempre unas botas de 10 dólares, tan malas y con la suela de cartón tan fina que con ella distingue, a ojos cerrados o en plena noche y por el contacto del pavimento con las plantas de sus pies, cada calle de su ciudad, Ankh-Morpork. Al casarse y convertirse en un hombre rico, descubre que las botas de 50 dólares no solo conservan los pies calientes y a salvo de la lluvia, sino que pueden durar diez años. Y ahí nace su teoría: un rico solo tiene que gastar 50 dólares para tener los pies en la gloria durante una década, mientras que un pobre se gastará en ese mismo periodo 100 dólares --porque las botas son tan malas que no duran más de un año-- y tendrá los pies fríos.

Moraleja: lo mejor que puedes hacer es ser rico, y así te permites no gastar cuando te de la gana. A lo mejor la señora Christine Lagarde, del Fondo Monetario Internacional, o el señor Olli Rehn, de la Comisión Europea, lo que quieren es que los trabajadores españoles seamos un poquito más pobres, si cabe, para que compremos muchas botas de 10 dólares como las de Sam Vimes, y funcione mejor el mercado. A lo mejor, mientras se comen los restos del asado, se indignan por los restos de salchichas de medio euro que esos desconsiderados de los pobres están tirando a la basura.