Conocí a Juan García "Juanín" durante su etapa de futbolista activo del Córdoba C.F., le ví en todos los partidos del Arcángel y en algunos fuera de casa. Recuerdo como aficionado sus bondades que eran entrega, toque de balón, inteligencia y dominio de la situación. Nunca tenía una mala entrada hacia el adversario. Incluso en los días más desafortunados su pundonor quedaba a salvo. Ningún aficionado entendíamos que un futbolista con esa profesionalidad y técnica no buscase un equipo de mayor categoría. Juan había encontrado en Córdoba lo que había deseado siempre, una familia y unos amigos.

Cuando por razones de edad tuvo que abandonar el fútbol profesional, qué mejor que constituir una escuela de fútbol, y con su amigo Diego, aquél que en la etapa de futbolistas le ponía los centros medidos a la cabeza para que los rematara, decide crear la Escuela de Juanín y Diego. En esa Escuela de fútbol conocí al maestro Juan, con el que había tenido algunos contactos, ya que teníamos amigos comunes como José Luis Navarro. Juan era un ejemplo de vocación por la enseñanza del fútbol, en la Escuela daba las directrices para los ejercicios a ejecutar y vigilaba con elegancia que se cumplieran los objetivos establecidos, aprender a darle con la cabeza, con el pie izquierdo, con el pie derecho, con el exterior, con el interior, en carrera, etcétera. Que cuando se organizara un "partidillo" no hubiera un mal gesto, ya que era una competición de amigos. Allí iba yo los lunes y miércoles a llevar a mis hijos a practicar el fútbol, procurando sin interferir su trabajo, conocer a ese Juanín "hombre" y he de decirles que si había sido buen futbolista era mejor ser humano. Era un auténtico "caballero". Disfrutaba con los avances de los alumnos y los trataba y quería como un padre. Conocí su problema de rodilla y con relación a la prótesis que le implantaron me decía "esto es muy bueno, pero el equilibrio no es como el de la rodilla natural". Hablábamos del Madrid, del Barcelona y de los equipos de Primera División, nunca había la más mínima censura de ningún jugador ni entrenador, siempre veía la cara positiva de cada partido. Pero cuando hablaba de nuestro Córdoba su ilusión se hacía patente y contaba su participación muy activa en todos los eventos de los veteranos.

Familiarmente había encontrado su estabilidad y cuando lo abandonó tempranamente su mujer Pilar, sus hijos Mari- Pili y Juan Alfonso constituyeron su apoyo principal. Los describía de tal manera que yo sin conocerlos podía ser capaz de identificarlos, por eso el día de su funeral al ver a Mari-Pili, llorando abrazada a su marido detrás de su cuerpo en la iglesia de la Trinidad, brotaron por mis ojos dos lágrimas y entendí aún más lo que era Mari-Pili para Juan y Juan para Mari-Pili. Descanse en paz.

* Socio nº 7 del Córdoba CFSAD