Las nuevas tecnologías están creando situaciones de ciencia ficción que pueden desembocar en desamparo. Se habla de que las guerras futuras se harán por odenador y que los hacker serán los soldados de un ejército virtual sin uniforme que tendrán más poder que cien mil batallones. La otra noche --ya sin la protección de los informáticos de la Redacción-- me puse a teclear en mi ordenador portátil para comprobar hasta dónde llegaban mis conocimientos sobre facebook, twitter y linkedin después de un cursillo al que había que ir para no quedarte descolgado en nociones básicas y convertirte en analfabeto en este otro mundo, no el de después de la muerte sino el virtual. De pronto la pantalla se puso frenética y empezaron a parpadear avisos de que habían sido detectados varios intentos de suplantarme en mi correo electrónico. Sin el amparo de un informático amigo me entran temblores y sensación de soledad cuando me aventuro a ser internauta. Los avisos de alerta me impedían entrar en mi cuenta de correo y las alarmas me exigían que cambiara mi contraseña para lo que tenía que escribir en la pantalla el número de mi teléfono fijo. Sin saber a quién consultar en la madrugada traté de eludir lo que me reclamaba el ordenador porque temía que fuera contraespionaje, obra de un hacker que trajinaba con la impericia de algunos usuarios. Me rendí. Escribí finalmente el número de teléfono en la pantalla, en el silencio de la noche sonó el timbre y al otro lado del auricular una voz de metal me transmitía un código que no podía perder. Cambié de contraseña y, efectivamente, aquel cacharro me dejó entrar en su mundo. Sentí como si me hubiesen admitido en una tribu cuya prueba era un timbrazo de teléfono en la madrugada. Una broma o pura ciencia ficción.