Me siento incapaz de esbozar siquiera unas palabras que nos remitan a reflexionar acerca de esta institución, nuestra Real Academia, con más de dos siglos de su fundación y con el título de Real otorgado por el rey Alfonso XIII. Mucha historia para resumir en tan pocas líneas pero hoy, como cordobesa, por un lado y como académica correspondiente, por otro, ante la situación actual económica que atravesamos y que también pasa factura a nuestra Academia, me siento obligada a reivindicar mayor atención y conocimiento de esta institución que viene a ser como un ramillete de los más variopintos estudios o especialidades. Recuerdo el día, hace ya muchos años, que por primera vez cruzaba el umbral de aquel edificio en la calle, hoy, Ambrosio de Morales, antaño Cabildo Viejo. Una especie de vértigo me invadió porque allí todo hablaba de historia, cultura... Grandes fotografías de ilustres personajes, esculturas, libros, archivos sepia que se conjugaban con luz y color de momentos presentes. Santuario digno de reverencia, cariño y, sobre todo, santuario poco conocido y reconocido por los cordobeses, santuario que, hoy por hoy, la crisis ha reducido poco menos que a ruinas. Un entrañable amigo me comentaba acerca de la Real Academia: la imagen que se tiene de ella es la de un lugar de erudición, de personas que han hecho cosas importantes individualmente, pero que, como colectivo, no ha logrado todavía la transcendencia que sería deseable para el resto de los ciudadanos.

Y en ello estamos con la ilusión de hacer realidad muchos y nuevos proyectos a pesar de los escasos medios con los que se cuenta hoy día, sin haber cesado por ello de dar cobertura a toda clase de actividades. Por eso, desde mi poca relevancia, hago un llamamiento que nos devuelva al esplendor de su historia en nuestra ciudad.