La diócesis de Córdoba --obispo y pueblo de Dios-- acompañaba ayer a Benedicto XVI con una misa de acción de gracias por su pontificado, celebrada en la catedral, a la misma hora en que concluía, mientras guardábamos todos su última lección "seguir la llamada de Dios, según su conciencia, para un nuevo servicio que acepta el sentido de esa etapa de la vida que es la ancianidad". El mundo no lo puede entender. Benedicto XVI se retira al "monte Tabor" para servir mejor a la Iglesia y a la humanidad, de manera discreta y humilde, con naturalidad. Es su última lección, acompañada del último deseo con el que finalizaba el discurso pronunciado en la última audiencia general de su pontificado: "Que en nuestro corazón exista siempre la certeza gozosa de que el Señor está a nuestro lado, no nos abandona, está junto a nosotros y nos envuelve con su amor. ¡Gracias!". Parafraseando a Ortega y Gasset --"la claridad es la cortesía del filósofo"-- se podría decir que en Benedicto XVI la elegancia ha sido "la cortesía del humilde". Representa las cualidades del líder que reclama gran parte de la sociedad actual, harta de personajes grandilocuentes y de retórica vacía. Ha sabido escuchar, hablar sin miedo, respetar las conciencias ajenas son violentar la propia ni caer en populismos, ha sabido, por último, aceptar las propias limitaciones como un aspecto más de su vocación de servicio. Su elegancia no tiene nada que ver con la falsa humildad del que carece de convicciones firmes, pero tampoco con la presunción del que se cree en posesión de la verdad. No en vano el lema episcopal que escogió en su día fue "Colaborador de la verdad". Benedicto XVI representa un ejemplo de los valores que el siglo XXI está reclamando a sus dirigentes. ¡Cuánto te debemos, que Dios te lo pague! Fue el himno de gratitud que Córdoba le envió anoche desde su catedral.

* Sacerdote y periodista