En los momentos de mayor dificultad social, cuando todo parece perdido y siente uno que las fuerzas pueden estar fallando ante tanto ataque gratuito y dañino del Gobierno central, es cuando se hace más necesario que nunca recuperar el espíritu de lucha del 28 de febrero de 1980. Entonces, igual que hoy, la derecha multicolor gobernaba España con el nuevo traje puesto de demócratas constitucionales. Quienes éramos niños entonces asistíamos atónitos en la únicas cadenas televisivas existentes, la primera o VHF y la segunda UHF, a masivas manifestaciones de señeras e ikurriñas gritando libertad e independencia. Algunos no entendíamos cómo quienes habían disfrutado de los favores, interesados o no, del poder dictatorial a costa de un pueblo, el nuestro, el andaluz, sometido a ser mano de obra barata y granero de materias primas de estas dos regiones españolas, querían entonces las independencia. Quizás eso despertó un sentimiento interior de rabia, humillación o necesidad de gritar ya está bien, que empezó a inundarnos como una mancha de aceite por cada rincón de cada calle, de cada plaza de todos los pueblos y ciudades andaluzas. Los parias de España, como nos consideraban entonces, comenzaron a tener conciencia y sentimientos de identidad. Bastaron algunas afirmaciones despreciativas de algunos políticos de derechas centralistas, incluidas las del propio Suárez señalando como únicas señas de identidad andaluzas el sol, las playas y la fiesta, vamos un pueblo "gracioso", y unas condiciones leoninas para tener derecho a decidir nuestro futuro, para que los andaluces se levantaran para pedir paz y libertad.

Y así nació el liderazgo de un presidente de la preautonomía, Rafael Escuredo, que hizo propio ese sentimiento andaluz y lo trasladó a todos y cada uno de los rincones de esas calles y esas plazas, de esos municipios en los que en una maratoniana campaña dedicó todo su esfuerzo para que los andaluces y las andaluzas exteriorizasen ese sentimiento que albergamos durante tantos años de opresión y desprecio por parte de los gobiernos de Madrid, tanto los de la etapa constitucional como el de la preconstitucional.

Empezó a formarse una conciencia que se transformó en una realidad esa noche maravillosa del 28 de febrero de 1980, cuando poco antes de la medianoche los andaluces y andaluzas nos unimos en el sentimiento pero, sobre todo, en los votos. Y alcanzamos algo que en este período democrático sólo ha alcanzado una comunidad autónoma, Andalucía, la única que ha votado masivamente por lo que hoy es, una autonomía plena.

Con la construcción de aquel presente y de su futuro, que es nuestro presente, nos dimos cuenta de que juntos éramos más fuertes y que juntos podíamos defender nuestros derechos y nuestras libertades. Gracias a esa fortaleza hemos construido entre todos una autonomía donde crecimos educando mejor a nuestros hijos, cuidando mejor a nuestros enfermos, protegiendo más a nuestros mayores y repartiendo mejor la solidaridad entre todos nuestros municipios.

Los andaluces nos sentimos una parte fundamental de España y así hemos estado construyendo esta comunidad nuestra en los últimos treinta y dos años. Hoy nadie puede decir que Andalucía no ha cambiado radicalmente su fisonomía, su aspecto pero, sobre todo, su calidad de vida. Hoy estamos mejor, hoy vivimos mejor que hace treinta años y eso lo hemos hecho los andaluces y las andaluzas. Aún hoy, sumidos en una gran depresión económica y social, Andalucía se ha convertido en el último reducto de defensa de un modelo que todos anhelamos, un Estado del bienestar.

Es cierto que algunos partidos se engancharon tarde a ese derecho a decidir nuestro futuro, como es el caso del PP, y hoy vuelven otra vez a situarse enfrente de la necesidad que tienen los andaluces a expresarse de forma distinta a como lo hacen en España. Y es que en Andalucía queremos seguir siendo lo que fuimos, "hombres de luz que a los hombres alma de hombres les dimos".

* Secretario general PSOE Córdoba