Habrá que indagar sobre qué dice la psicología, o la psiquiatría, o el psicoanálisis, sobre la incapacidad de asimilar la verdad. O la realidad. De paso, ya puestos, se podría ver qué dice la sociología, o la política, o la decencia, sobre la compulsión de algunos por enmascararlas. Entre tanto, tendrá que conformarse uno con flipar a palo seco con el infantilismo que rige en las alturas del Partido Popular y, consecuentemente, qué horror, en el Gobierno de la nación que está en sus manos. Así lo haría un niño, bien que sólo en el caso de un niño ñoño: si no pronuncio la palabra Bárcenas, no existe Bárcenas; si no digo que le tuvimos en nómina, con despacho y secretaria, hasta ayer, no le tuvimos; si no empleo la palabra "desahucio", ni "desalojo", ni "alzamiento", los desahuciados, desalojados y alzados no sabrán que se les manda a la puñetera calle; si digo finiquito diferido, los tres millones largos de pesetas al mes que venía cobrando de nómina Bárcenas del PP, se quedan en nada.

Pero habría que repasar más enciclopedias, más tratados, más prontuarios, más tesis doctorales, para calificar las extremas puerilidades de María Dolores de Cospedal. Rajoy, cuando menos, se conforma con no nombrarle para hacerse la ilusión de que Bárcenas no existe, ni para él ni para nadie, pero la secretaria general del PP es mucho más retorcida, o si se quiere, para no herir un alma tan cándida, sofisticada: simultáneamente a la trola que está soltando sobre la vinculación de Bárcenas a su partido, reconoce que es una "simulación". O sea, que lo del finiquito a plazos es una simulación, que lo del pago a la Seguridad Social es, aunque se libra, una simulación, que todo es, por extensión, un simulacro.

Pero Cospedal no priva a nadie de su espectáculo, y mucho menos a las víctimas de su gobierno en Castilla-La Mancha: una circular del mismo alecciona a los funcionarios de la Consejería de Vivienda para que eludan decir la palabra "desahucio" a las familias a las que se les adjudicaron viviendas sociales y se les va a desahuciar. Aunque no se trata exactamente de horror a la verdad, sino de horror a decirla, no deja de ser, y me voy a poner ya a estudiar el caso, una devastadora patología. Nada rara, por cierto, pero devastadora en grado sumo.

* Periodista