El primer secretario del PSC, Pere Navarro, es un político bisoño y más cándido que el borreguito del detergente. Se ha dado a conocer en toda España por pedir al Rey que abdique en su hijo Felipe. Rubalcaba se ha desmarcado con celeridad y determinación del pedido y el PP, muy cuco, mete cizaña en la familia socialista y evita entrar en el meollo del asunto. Pero se ha armado un cierto revuelo, pues ¿cómo es posible que un político socialista destacado se atreva a tanto y ahora?. Lo curioso es que no pocos de los que se escandalizan cínicamente están de acuerdo con el político catalán. Y es más que probable que un buen puñado de la opinión pública también. Ocurre, sin embargo, que no hay nada más políticamente incorrecto que manosear en las cosas de la Casa Real. Enjuiciar críticamente comportamientos del Rey, o alguno de sus miembros, no se ha estilado en los últimos 35 años: ha sido tabú. Todavía --a pesar del escándalo Urdangarin-- sobrecoge cuando alguien le endilga un zurriagazo al Rey. Y con mayor motivo si el que así lo hace es un político digamos que institucional.

Pero el mundo también gira para los Borbones. La crisis que nos azota a todos, a ellos alcanza sin duda. Si, como parece previsible, al salir de nuestro embarrancamiento múltiple, España se parece bien poco a la de 2007, deberíamos considerar normal que en la Casa Real también se produzcan mudanzas. Pero, claro, como estamos en transición hacia un mundo que aún no ha nacido y vivimos de los restos de ese otro que no ha muerto del todo, a muchos políticos y otras elites les produce un vértigo supino que de entre los suyos surjan voces que pretenden acelerar el paso de la historia. Es llamativo que haya sido la vieja guardia socialista (Rubalcaba, Chaves, Guerra) la que haya negado con determinación las palabras de Navarro, pero también es muy significativo que haya sido precisamente un socialista quien haya llamado la atención sobre la necesidad de esta mudanza necesaria a su juicio.

Más allá de las consecuencias que pueda tener este episodio en el interior de la casa socialista, lo cierto es que ha abierto la puerta (esa que Rubalcaba tanto teme) a que esta eventualidad nada descabellada de sucesión real empiece a ser comentada y debatida sin drama.

Es cierto que pasar página, es decir, colocar en la historia, a un reinado tan largo, excitante y fecundo con el de don Juan Carlos I da tanto vértigo que la mayoría prefiere dejárselo a la naturaleza o el azar. Pero se dan momentos --la crisis múltiple que nos asola hoy no es cualquier cosa-- en los que los hombres están obligados a acelerar el paso que busca el futuro. Definitivamente, el magnífico modelo de democracia que nos dimos con la ayuda impagable del Rey está maltrecho y necesita de reparación urgente. Y, aunque el Gobierno y otros poderes del Estado ni lo adviertan ni lo deseen, no por ello deja de ser real. Bienvenidas sean declaraciones como las de Pere Navarro, aunque no las compartan muchos y a otros tantos le parezcan una membrillada.

* Periodista