Hoy, estos días, todas las miradas se dirigen a Roma. Desde la conmoción, hasta la emoción; desde la plegaria más sencilla, hasta la versión más sensacionalista; desde la gratitud encendida, a la crítica por sistema; las miradas luminosas de los medios de comunicación convergen en la persona de Benedicto XVI, repasando las páginas de su vida, la interpretación de su renuncia, los hitos de su pontificado. Nadie como el periodista Peter Seewald nos ha ofrecido una semblanza de su figura: "Joseph Ratzinger es el hombre de las paradojas. Lenguaje suave, voz fuerte. Mansedumbre y vigor. Piensa en grande pero presta atención al detalle. Encarna una nueva inteligencia al reconocer y revelar los misterios de la fe, es un teólogo pero defiende la fe del pueblo contra la religión de los profesores, fría como ceniza. Un pensador que reza, para quien los misterios de Cristo representan la realidad determinante de la creación y de la historia del mundo, un amante del hombre que ante la pregunta sobre cuántos caminos llevan a Dios no tenía que reflexionar mucho para responder: 'Tantos como hombres hay'". Y es cierto. Nadie antes que él, el mayor teólogo alemán de todos los tiempos, ha dejado al pueblo de Dios durante su pontificado una obra tan imponente sobre Jesús, ni ha redactado una cristología. Los analistas más conspicuos derraman sobre su persona las más hermosas pinceladas: "Ratzinger nunca buscó el poder. Se sustrajo al juego de las intrigas del Vaticano. Siempre llevó una vida modesta de monje, el lujo le resultaba extraño y un ambiente con un confort superior al estrictamente necesario le resultaba completamente indiferente".

Con su renuncia, se nos muestra como un hombre humilde que se sabe instrumento sustituible: en el fondo la Iglesia no es el Papa quien la guía, sino Dios. El propio Benedicto XVI lo ha dicho en varias ocasiones. Junto al adiós y la gratitud, la cristiandad eleva ya su oración por un nuevo pastor --que, en palabras del obispo de la Diócesis, monseñor Demetrio Fernández, "nos apaciente a todos con el amor de Cristo"--, mientras los comentaristas van configurando cuáles deben ser sus principales características y cualidades. La revista Vida nueva pregunta a sacerdotes y periodistas cómo debe ser el nuevo Papa. ¿Valdría la respuesta de que, después de un papa de la esperanza como fue Juan Pablo II, y de un papa de la fe, como ha sido Benedicto XVI, necesitaríamos un papa de la caridad? Un papa que haga más creíble el rostro de la Iglesia de Jesús a los hombres y mujeres de hoy. Un rostro que irradie amor a una humanidad que sangra por mil heridas y necesita con urgencia su curación.

* Sacerdote y periodista