Está la crisis. Está la corrupción. Están los partidos políticos. Están las noticias de la radio y de los telediarios y los reportajes, artículos de opinión y entrevistas de los periódicos. Y está la soledad. ¿Bárcenas está solo? Acompañado sí que está de abogados, de gentes que le aconsejan que tire o no de la manta, de compañeros-colegas-¿amigos? que le introdujeron en su día en la senda de la riqueza fácil --aunque difícil de construir-- a base de dinero ajeno. ¿Está solo Rajoy? Suponemos que se levantará y tendrá colocada en orden y concierto la indumentaria del día, la que lucirá ante presidentes de otros gobiernos, ante reyes, príncipes y jerarcas de las distintas iglesias y confesiones. ¿Pero le dará el día un momento en el que, a solas, le permita pensar a qué amigo va a llamar el fin de semana para comerse juntos unas migas con torreznos o un lacón con grelos? ¿O ya la vida, el partido, la carrera política y la pose le han obligado a tachar de la agenda íntima el número de amigos con los que se divertía cuando era feliz e indocumentado? Es una de las huellas crueles de la vida a cierta edad, más dolorosa que las físicas del paso del tiempo. Es triste percibir que esta sociedad en crisis, que está asistiendo al cambio de época en comunicación, se distinga por la corrupción, por el ansia de dinero, por valorar como triunfo en la vida la riqueza y las posesiones y no el pensamiento, el arte y la ingenuidad. ¿Para qué quieren los que arramblan con todo tener un chalet de cinco estrellas, con los mejores vinos y los más estrafalarios cuartos de baño, si a ese lugar solo van a acudir gentes por compromiso para reclamar favores o cumplir por haber sido favorecidos? Intereses. Se puede hasta hacer un estudio sobre la relación entre corrupción y soledad. A lo mejor los corruptos emplearon todas su fuerzas en hacer capital porque en su vida les había fallado la camaradería y la amistad y los ratos de soledad les daban para hacer ingeniería financiera, que para eso hay que tener tiempo. Y pocos amigos. La vida te va conduciendo por sendas inimaginadas, por ejemplo, la de las relaciones. Que merman con el tiempo. Pero nunca será lo mismo estar solo con tu conciencia en paz, que esa soledad del corrupto a la que cualquier pensamiento le reclama una indemnización social.