Ayer, la gran familia salesiana celebraba el día de San Juan Bosco, su fundador. Juan, hijo de una familia humilde y trabajadora de una pequeña población cercana a Turín, la gran metrópoli de la nueva Italia industrial y moderna en el siglo XIX, veía cómo los jóvenes aprendices y trabajadores que acudían en masa a los centros de producción sufrían en sus cuerpos y en sus almas los efectos deshumanizadores de la forma cómo se implantaba el nuevo sistema económico, fundado en la división del capital y del trabajo. El joven sacerdote se entregó en cuerpo y alma heroicamente hasta la extenuación. Lo primero que hace es recoger chiquillos de la calle. Le siguen como si fuera in titiritero. Para ello funda los Oratorios de San Francisco de Sales. Y más tarde, la Congregación de los Padres Salesianos, que se extiende pronto por toda Italia, Francia y España. Juan Bosco es el educador de los tiempos modernos: predica, confiesa, escribe y propaga la devoción a María Auxiliadora. José Manuel Prezallo, director del Instituto Histórico Salesiano, sintetiza así el método educativo: "Don Bosco establece relaciones cercanas y familiares con sus muchachos; les da confianza y logra también conquistar la suya. Especialmente en momentos delicados de su institución, insiste en la unidad de los educadores y en la necesidad de que cada uno cumpla con su cometido; en un ambiente alegre y sereno promueve el diálogo con los educandos; propone metas altas: trabajo, estudio, piedad, cumplimiento del deber... Y consigue que sus jóvenes las acojan con amor. Fue asimilando ideas nuevas y orientaciones pedagógicas: el valor de la prevención; la preferencia dada a la razón, a la religión y al amor en el quehacer educativo; la asistencia como presencia amorosa y activa del educador". Los tiempos cambian, los valores permanecen. Y la silueta de Don Bosco mantiene su fuerza en esta hora.

* Periodista