La indignación se extiende por los centros de investigación y las universidades españolas ante la última vuelta de tuerca del garrote vil al que el Gobierno, con sus recortes, está sometiendo el frágil cuello de la ciencia de nuestro país. Irónicamente, desde el Ministerio de Economía amenazan con que los proyectos científicos estarían en peligro si no se hicieran estos recortes.

Para los más de tres mil proyectos seleccionados entre unas siete mil solicitudes, la cuantía total de las ayudas aprobadas en esta convocatoria asciende a poco más de trescientos millones, en los cuales se incluye la financiación europea. Esto supone un recorte del 19,5% respecto a los 384 millones de la convocatoria anterior. Pero además esta vez, a los recortes se le une un retraso de los pagos, de modo que durante el primer año de un proyecto a tres años solo se abonará un diez por ciento de la cantidad concedida, y el resto de los pagos se extenderá a lo largo de un período de cuatro años, aunque la ejecución de los proyectos tendrá que hacerse en los tres años programados. Esta peculiar fórmula de desembolso de la ayuda puede suponer para muchos grupos de investigación la imposibilidad práctica de poner en marcha sus proyectos, ya que normalmente es durante el primer año cuando se hace gran parte de la inversión en equipos, material o contratación de personal.

Desde el Ministerio se aventura la posibilidad de que el retraso en los pagos podrá evitarse si las universidades practican sus habituales adelantos una vez garantizada la financiación de un proyecto; sin embargo, ninguna universidad o centro de investigación está en la actualidad en condiciones de hacer tales adelantos de la financiación prometida por el Ministerio. Así las cosas, los investigadores tendremos que empezar nuestros nuevos proyectos sin apenas financiación, haciendo uso de unas reservas cada vez más escasas y recurriendo de nuevo a la imaginación y a la paciencia, dos cualidades absolutamente imprescindibles para ser un científico, como tenemos oportunidad de comprobar en estas dramáticas circunstancias que nos ha tocado vivir.

Hace tan solo cinco años aún pensaba si finalmente lograría sobrevivir a la interminable carrera de obstáculos que supone aventurarse por una vida en la ciencia. Ni se me pasaba por la cabeza que pocos años más tarde, ahora mismo, mis dudas ya no son tanto personales como sobre el propio sistema. Realmente estamos llegando a un punto en que empieza a temblarnos la voz cuando hablamos del futuro de la universidad, y del futuro de la ciencia en nuestra universidad.

Cuando era joven, o feliz e indocumentado, como diría García Márquez, veía como un sueño de lujo poderme dedicar a la investigación. Pero considerando que nuestro concepto de lujo es diferente, también he creído siempre que la sociedad no puede permitirse el lujo de abandonar la ciencia. Muchos de mis colegas serían millonarios si hubiesen optado por usar su imaginación y su paciencia en el mundo de los negocios en la empresa privada. Pero se dejaron seducir por el puro placer de saber y de enseñar a otros.

Creemos sin duda que el trabajo de científico es el más noble: aprender cómo funciona el Mundo para contribuir a mejorar nuestras vidas. ¿No es sintomático que los científicos protestemos más por los recortes a nuestros proyectos que por los recortes a nuestros salarios?

Al morder la manzana de la sabiduría también caímos en una trampa.

* Profesor