Había en Córdoba un territorio que disimulaba su vergüenza bajo el engañoso nombre de Miraflores, barrio donde pastaban las cabras y malvivían los desahuciados, maldito desde hace doce siglos, cuando en el 818 los habitantes del arrabal de Secunda, que allí se extendía, se sublevaron contra el emir al-Hakan I, hartos de sus abusos, quien sofocó la revuelta con sangre y deportó a los super-vivientes a Toledo, Alejandría y Madina Fas, la actual Fez. Pues bien, aquella vergüenza, oculta por un triste murallón protector contra inundaciones, dejó de serlo en los primeros años de esta centuria, cuando el Ayuntamiento emprendió la creación del parque de Miraflores dentro de su Plan del Río aprobado en 1992. Desempolvo un recorte de prensa del 26 de julio de 2003 en el que este periódico informa de la inauguración del naciente jardín por las autoridades. "Córdoba se reencuentra con su río al abrirse el parque de Miraflores", dice un titular a cinco columnas cargado de esperanza. Y se añaden datos sobre aquella actuación integradora que costó once millones largos de euros y movió ingentes toneladas de tierra para crear un parque de 110.000 metros cuadrados en varios niveles, el inferior paralelo al curso fluvial. Las autoridades de turno, con la alcaldesa Rosa Aguilar a la cabeza, echaron las campanas al vuelo para proclamar que quedaba así superada la barrera del río, gracias al nuevo puente inaugurado meses antes.

Una reciente tarde crucé ese puente de estética oxidada (que reemplazó al rechazado proyecto de Santiago Calatrava) para asomarme al Miraflores de hoy. La primera impresión es negativa, al comprobar el destrozo sistemático que han sufrido las luces embutidas del puente y de los muros que separan los distintos niveles del parque ribereño. Amparado por la falta de vigilancia el cruel incivismo se cebó con ellas, buscando sin duda protección de las tinieblas para sus fechorías nocturnas. Menos mal que el granito ha resistido las embestidas de los bárbaros. Los arbolitos del parque han ido creciendo en las cuadrículas de césped, una de ellas utilizada esa tarde como campo de fútbol por un grupo de muchachos que sueñan con ser Messi. Junto a una de las verdes cuadrículas descubro un tosco bloque de granito dedicado a Pepe Espaliú, con una confesión del artista sobre una placa: "El sida me ha enseñado casi todo lo que sé sobre la rabia, miedo, verdad y amor". Conmovedor.

Prosigo el paseo mientras la tarde languidece. Al borde de la vía que nace al término del puente se mantiene aún la valla informativa del Centro de Congresos con el que soñó Córdoba cuando las autoridades creyeron que la ciudad era rica. Permanece rotulado el presupuesto (57,7 millones de euros), el plazo de ejecución (36 meses) y las múltiples dependencias que justificaban tamaña inversión: un salón para ¡2.000 congresistas!, las salas mayor y menor, los auditorios, la sede de la Orquesta, los espacios expositivos y hasta un graderío sobre el parque. Soberbio. Y eso que ya había sufrido un drástico recorte desde que fuera concebido como megalómano Palacio del Sur. Pero ni aún así hubo decisión política ni dinero para sacarlo adelante. La valla anunciadora es ahora como la pública confesión de un fracaso colectivo, y tras ella se extiende el solar destinado al complejo congresual, inundado de jaramagos que ocultan los cimientos y el trazado del arrabal musulmán. ¿Por qué no recuperarlos para engrosar así nuestro legado arqueológico, como ya apuntara Desiderio Vaquerizo?

Las intervenciones escultóricas con que el artista vasco Agustín Ibarrola recuperó en 2003 la memoria arqueológica del arrabal, a base de muros de cantos rodados coloreados y cubos de hormigón, son ahora pasto de abandono y blanco de pintadas. Mejor suerte tiene la escultura Salam (Paz) creada y regalada por el Equipo 57, cuyo acero inoxidable la hace más resistente a la barbarie. Ambas obras artísticas carecen de la menor indicación informativa que ilustre a los paseantes. Por último, al final de la nueva vía se alza solitario y aislado el indefinido Centro de Creación Contemporánea construido por la Consejería de Cultura sin nada dentro aún. Los blancos volúmenes con paramentos perforados como celdas de un gigantesco panal son un monumento de modernidad arquitectónica en medio de un solar encharcado estos días, que corresponde urbanizar al Ayuntamiento. "Andalucía se mueve con Europa", dice la valla institucional. Pues a ver si es verdad.

* Periodista