Hoy termina enero con la misma sensación inicial. Desánimo, deseo de sentir la primavera en nuestro rostro alejando el frío penetrante y afilado del invierno al que acompaña una oleada pestilente de podredumbre. De nuevo estalla la burbuja de la corrupción. Mejor, se evidencia porque el sistema acepta que junto a la democracia perviva instalada como subsistema. Nadie con memoria la deriva del boom inmobiliario. Hace más de 30 años, cuando nuestra clase dirigente empezó a encontrar dificultad en compatibilizar moral y política, haciendo prevalecer oportunidad sobre legalidad y desmantelando o neutralizando los controles, comenzó un proceso creciente, imparable y sistemático que ha convertido la nación en inmundo lodazal. Porque abarca todos los ámbitos de las administraciones públicas; de los partidos; agentes sociales; universidades; entes vacíos adheridos a los Presupuestos o medios de comunicación servidos y serviles. Hasta el lenguaje pervertido huele a bondad corrompida. Adiós ilusiones.

Sin caer en la ingenuidad de olvidar que la corrupción es inherente a todos los sistemas políticos, debemos exigir el funcionamiento firme de las instituciones democráticas; una justicia independiente; leyes implacables en su dureza y cumplimiento; medios de comunicación que ejerzan control en nombre de una opinión pública instruida. Y la desaparición del indulto como mecanismo final del enjuague. Que nos dejen de más pactos y más leyes. Decía Tácito que cuanto más corrupta es una sociedad más leyes tiene.

Porque corrupción es 1,5 millones de parados en Andalucía tras treinta años de verborrea imparable o los otros 4,5 millones. La corrupción es causa directa de la pobreza de los pueblos y se siente temor al aserto de que la sociedad que elige corruptos se convierte en cómplice.

Secesión, recesión y corrupción es mezcla explosiva. Prefiero libertad.

* Licenciado en Ciencias Políticas