En esta etapa que vivimos donde alborea una nueva conciencia, uno de los términos que se utilizan con más frecuencia en la literatura espiritual y en los libros de autoayuda es el de amor incondicional. Para los acostumbrados a otra clase de amores y, no digamos ya, para los instalados en el desamor, la adjetivación del amor como incondicional puede sorprender. Sin duda, son mucho más asequibles a la comprensión cotidiana expresiones tales como amor romántico, enamoramiento, amor convencional e, incluso, amor por interés.

La incondicionalidad del amor tiene, sin duda, una raigambre espiritual. A todos nos viene enseguida a la mente la recomendación de Jesucristo de "amar al prójimo como a ti mismo". Dado que la gran aportación de Jesús a la historia de la humanidad fue la energía del amor, cabe entender que, como todo en su vida y en su obra, se estaba refiriendo a algo auténtico, verdadero, no maleable. Y es este amor sin requisitos previos el que, tras un largo paréntesis de encantamientos o adulteraciones, se vuelve a constituir ahora en piedra angular de una parte de la humanidad.

El amor incondicional ha de haber superado una serie de obstáculos previos. No se enseña en el colegio; tampoco se suele practicar en muchas familias; se lo frivoliza en el cine y en algunos medios de comunicación; la Historia nos ofrece, en fin, un cúmulo de maldades y de relaciones de conveniencia. El amor incondicional es fruto entonces de un proceso de evolución personal en el que poco a poco se vislumbra un sentimiento de mayor plenitud en nuestras relaciones con los demás.

Los experimentadores de este tipo de amor (o, quizás mejor, los que creen experimentarlo) suelen citar como paso previo el cultivo de la propia autoestima. Sin amarse a sí mismo no es posible vivenciar el cariño por los otros. La autoestima supone respeto a la propia condición de ser, sin egolatrías ni arrogancias, sabiendo conceder siempre el espacio al otro.

Por regla general, el tránsito del amor convencional al amor incondicional requiere una transformación más global, holística, en la que el viejo mundo de valores en el que fuimos educados se va desmoronando ante una nueva concepción sobre el papel de la persona en el mundo. A menudo esto acontece tras haber vivido una experiencia de gran impacto, como puede ser una enfermedad, una fase de dolor intenso, un gran desengaño. Es frecuente que en este proceso todo se remueva. El viejo hábito de la frialdad, la indiferencia o el utilitarismo va cediendo y, de manera a veces inadvertida, va apareciendo una especial consideración por los otros. En un primer momento, y hasta llegar a la gran meta propugnada por el profeta de Galilea del amor universal, la incondicionalidad se suele profesar hacia los más allegados: tu cónyuge, tus hijos, tus padres y hermanos y los amigos más cercanos. Pero, en general, y aun sin ese grado de incondicionalidad, todo lo que nos rodea se va viendo con una mirada mucho más benevolente, fijándose la atención más en los aspectos positivos que en los posibles defectos que pueda haber.

El amor incondicional no sólo tiene una proyección en el plano de las relaciones personales. Uno de los asertos más repetidos en la literatura de la nueva conciencia (la new age de los anglosajones) es el de "cambia tú y cambiará el mundo". Frente a las viejas concepciones revolucionarias de los siglos XIX y XX que fijaron todas sus miras en la transformación de los sistemas sociales y de ahí infirieron, como consecuencia derivada, la felicidad individual, el nuevo paradigma invierte los términos. Hay que ir de dentro a fuera. Si en la mente humana persevera el pensamiento de división y fragmentación, los sistemas sociales, por muy igualitarios que parezcan ser desde el punto de vista externo, llegará un día que se degradarán. La Historia tristemente así nos lo ha mostrado. Por eso el amor incondicional, en su pequeña escala, y en la medida en que sea compartido cada vez más por un mayor número de personas, podría ir convirtiéndose en esa palanca de remoción de nuestras actuales sociedades utilitaristas y discriminatorias.

* Profesor titular de Derecho Penal de la Universidad de Córdoba