Casi seis millones de personas figuran en las listas del paro. Otro número incalculable ha perdido poder adquisitivo porque, aun conservando el empleo, su salario no ha sido actualizado. Otro porcentaje tampoco desdeñable ha visto reducir la nómina debido a un recorte directo. Y, finalmente, la mayoría sabe que su puesto de trabajo nunca ha peligrado tanto como en estos momentos. La incertidumbre alcanza a todos los ciudadanos, y no solo a los empleados, también a los empleadores. Nadie garantiza nada, tampoco a una empresa.

La reacción lógica ante este panorama es la contención, incluso en el caso de que haya disponibilidad para el consumo. Por eso, las previsiones apuntan que en el 2013 caerá más que el año pasado. Vivimos en un escenario nuevo en el que los parámetros han cambiado de forma radical y generan desconfianza e inseguridad. Todo está en crisis: la banca, las grandes empresas, las medianas, los comercios de barrio, incluso los empleados de las empresas públicas ven cómo bajan sus ingresos y en el peor de los casos se quedan en la calle.

Lo peor de la realidad que nos toca vivir es que el poder adquisitivo de los ciudadanos se aleja del precio real de las cosas. Quizá sea una distancia semejante a la que existía en los tiempos de las vacas gordas. Sin embargo, entonces teníamos la esperanza --falsa-- de que siempre iríamos hacia adelante, mientras que ahora tenemos la certeza de que vamos para atrás.