Ha llovido mucho desde los tiempos heroicos de Bahamontes, Santana o Fernández Ochoa, cuando los triunfos deportivos eran más fruto del azar o de la superación personal que de una planificación meditada. Los programas ADO de especialización y promoción del deporte desde la base a cargo de las distintas federaciones consiguieron que España, en tiempos de bonanza económica, llegase a medirse con dignidad, regularidad y éxitos en el panorama internacional. De hecho, los triunfos en la cancha, en la pista, en los pabellones, han significado durante muchos años un espaldarazo a la idea de un país distinto, más moderno y competitivo.

Pero la crisis acaba afectando a todos, también a los deportistas.

Y, en especial, a las futuras generaciones. Los drásticos recortes consolidados y los que se anuncian para este año afectan de manera lacerante a muchos colectivos que sobreviven justamente gracias a las subvenciones del Consejo Superior de Deportes. Y quienes más notan la rebaja draconiana son las estrellas en ciernes, inhabilitadas económicamente para viajar y competir, es decir, para aumentar el nivel de su preparación. Los efectos inmediatos serán menos presencia --colectiva e individual-- en los eventos de mayor nivel y una debilitación notable de la proyección futura. Para un mañana que ya está aquí --como los Juegos Olímpicos de invierno de Sochi o los de verano de Río--, una disminución alarmante del nivel del deporte español.