Sin duda son dos términos que se solapan. Más aún en el lenguaje ordinario de las personas se confunden, por no decir que se identifican. Una persona religiosa y una persona creyente vienen a significar lo mismo.

Comenzaría por reproducir una frase de Juan el evangelista que repite al menos dos veces, una vez en el prólogo al evangelio (Jn 1 18), y una segunda vez en la primera de sus cartas (1 Jn 4 12). Dice así: "A Dios nadie le ha visto nunca". Lo único que sabemos de Dios es lo que nos ha contado su hijo Jesucristo (Jn 1 18). No deja de ser sorprendente la frecuencia con que se oye decir a personas, ya sean constituidas en autoridad, ya sean personas de a pie, lo que Dios quiere y lo que Dios no quiere, lo que Dios exige y lo que Dios no exige. A Dios, dice Juan, no lo ha visto nadie, pero a veces da la impresión de que hay personas que de Dios lo saben todo: su carácter, su naturaleza, su personalidad, sus proyectos. Dios para ellos no tiene secretos, ni caras ocultas. Sin embargo Juan es suficientemente explícito: de Dios sabemos lo que ha contado Jesucristo. Todo lo demás son hipótesis respetables elaboradas por mentes humanas inteligentes y perspicaces. Pero que no dejan de ser elaboraciones hechas por los hombres.

Cuando Jesús nos habla del Padre se sitúa en un escenario distinto del de la religión. Jesús era ciertamente un hombre religioso. Acudía el sábado a la sinagoga como hacían los judíos piadosos de su tiempo, en la fiesta de Pascua iba a Jerusalén a participar en los cultos del Templo, era respetuoso con la normativa de la Ley. Por ejemplo, cuando curó a algún leproso, le dice que vaya a los sacerdotes a que le dieran el certificado de salud, tal y como estaba mandado. O dijo claramente refiriéndose a los maestros de la Ley: "Haced lo que os dicen, no hagáis lo que ellos hacen". Lo que no aceptaba era que el literalismo en la interpretación de la Ley se llevase al extremo de pervertir el sentido y espíritu de la propia Ley.

Sin embargo, siendo un hombre religioso como era, cuando habla de su Padre lo hace en un escenario distinto. No habla de lo que está prohibido y de lo que está permitido, no habla de cultos y festividades, no habla de estructuras y organizaciones. Habla de valores. Dar a los demás es mejor que recibir de ellos, la misericordia es mejor que la venganza, el dinero es una pantalla opaca que nos impide ver la verdad y la justicia, lo que la sociedad estima un éxito y un triunfo, su Padre lo ve de otra manera. Tuvo que reprochar varias veces a los apóstoles que se disputasen un puesto preferencial en el ranking del grupo, y fue muy severo con Pedro cuando el apóstol se negó a admitir que el proyecto de Jesús fuese a terminar con su prendimiento y ejecución: "Pedro, piensas como los hombres, no piensas como Dios", le dijo Jesús con severidad.

Aquí radica la diferencia entre la fe y la religión. Religiones a lo largo de la historia y de la geografía las hay de todas clases. Los animistas africanos, los cultos de los mayas y de los aztecas, el islam, los protestantes, los católicos, los ortodoxos rusos, el hinduismo, o el sintoísmo japonés, etc. En todas las culturas, en todos los pueblos hay un espacio de la actividad humana para entrar en contacto con el misterio de lo que está más allá de lo percibido por los sentidos. Estas actividades que se concretan en cultos, sacrificios de animales, de vegetales, a veces incluso de personas. Festividades, normas legales que definen lo permitido y lo prohibido, personas que actúan de intermediarios con la divinidad. Todas las culturas tienen su religión. Evidentemente, los creyentes en Jesús también tenemos la nuestra

Sin embargo es importante no confundir la religión, elaborada a lo largo del tiempo por los hombres, con la fe en los valores propuestos por Jesús. La fe es en definitiva la convicción interna y personal de la superior consistencia de los valores propuestos por Jesús sobre todo lo que el mundo aprecia: el dinero, el poder, la lujuria, el escalafón profesional. Que por encima de todo eso, hay valores que son los realmente consistentes: la verdad, la justicia, la entrega a los demás. Y como la experiencia no confirma esta superioridad, creemos en ello "sin verlo". Tal como dijo Jesús a Tomás: porque has visto has creído, dichosos los que sin ver creyeren". En definitiva, creemos en Jesús, que es la Palabra del Padre, quien explica y hace comprensible al Padre. La concepción del mundo y de la vida humana que tuvo Jesús, es la concepción del mundo y de la vida humana que tiene Dios. Esta fe es la que nos salva.

* Profesor jesuita