Mi amiga Julia ha escrito "-quiero que me lleguéis al corazón, como Obama. Que me proporcionéis ilusión, que me señaléis lo que nos falta y también que me hagáis creer que seremos capaces de conseguirlo...". Sospecha Julia, con toda razón, que detrás del discurso de Obama para su última investidura como presidente de los Estados Unidos se esconden horas de trabajo callado y concienzuda preparación. Señala Julia que, de cualquier forma, hay un elemento esperanzador que planea en toda la intervención, un pulso rítmico de cambio constante, una pulsión permanente de liderazgo audaz, una percepción sensible del poder de transformación a que está llamada la gran política, la única que debería embargarnos la cabeza y el corazón.

No sé cuántas veces habré dicho que la política es percepción. El discurso de Obama, otra pieza de fina oratoria para la historia, trabaja sobre el concepto que preside la Declaración de Independencia: "Nosotros, el Pueblo"; el deseo de la igualdad y la libertad, consagrado en una república, en un gobierno del pueblo, para el pueblo, donde todos los seres humanos son nacidos iguales y tienen el derecho de buscar la felicidad, convirtiendo en la primera responsabilidad de un buen gobierno la obligación de procurarla. Poco antes de las elecciones en Estados Unidos escribí aquí mismo que Obama las ganaría porque no prometió ser un presidente perfecto, sino solo un presidente. Ganó la presidencia y ha marcado su mandato con un fondo progresista que sitúa la igualdad en todos sus términos (raza, género, clase económica, orientación sexual) como referente de la nueva frontera que debemos impulsar en el mundo por encima de esta crisis política, de valores y, en último lugar, económica, que --sin esos liderazgos, sin esas políticas, sin esa pasión-- pone en cuestión el propio sistema democrático. Necesitamos ideas, sin duda, pero --al mismo nivel-- necesitamos audacia para articularlas, arrojo para presentarlas y pasión para exponerlas. No se trata de hacer un buen discurso, sino de tener otro discurso, capaz de convencernos de que hay un mañana mejor si lo trabajamos hoy, si ponemos el valor del esfuerzo personal como único mérito útil para progresar y el valor de la unión como garantía colectiva del bienestar de nuestra sociedad. "Ahora tenemos que tomar decisiones, no podemos permitirnos el retraso. No podemos confundir el absolutismo con los principios, ni sustituir la política con el espectáculo, ni tratar los insultos como un debate razonado. Tenemos que actuar, sabiendo que nuestro trabajo no será perfecto. Tenemos que actuar, sabiendo que las victorias de hoy solo serán parciales, y que será el deber de los que estén aquí dentro de cuatro años, y 40 años, y 400 años a partir de hoy hacer avanzar el espíritu atemporal que se nos confirió una vez en un desolado salón de Filadelfia."

Tenemos problemas. Y tenemos la responsabilidad de resolverlos. Pero, sobre todo, nos merecemos tener futuro. Como esto se parece bastante a un salón desolado, hay que poner corazón a la idea, dar ilusión, decir lo que falta y gritar alto que lo vamos a conseguir. Ni más ni menos.

* Asesor jurídico