Hora de alba autumnal en la estación madrileña de Atocha. Una señora en el ecuador de la presunta edad media de los habitantes del primer mundo, exclama, con gesto sonriente y bienhumorado al descender por las escaleras que la conducen a los andenes de "Cercanías": Con "cinco horas de sueño todos los días, me encuentro algo aturdida en estos primeros momentos de la jornada". Su interlocutor, que ha sufrido un pequeño antuvión de su grueso cuerpo al ir a pisar el mismo peldaño que ella, la excusa de inmediato y le desea el mejor cumplimiento de su --socialmente-- modesto quehacer cuotidiano. Viñeta o cuadro del mejor humanismo popular español-

Si en esta muy larga y ya casi desfalleciente travesía del desierto por una crisis sin brotes verdes ni rendijas de cambio sustantivo los conciudadanos de dicha mujer afrontáramos la situación con su mismo talante, es probable que acortásemos siquiera mínima pero alentadoramente su incierta y temerosa cronología. Naturalmente que sin renunciar un ápice al derecho de crítica de los responsables principales de una depresión económica a la que cabe comparar con muy pocas de las registradas en el decurso, a menudo trágico, de la aventura humana; y también con reclamo más o menos airado pero siempre firme y enérgico de los afectados más primordialmente por la borrascosa coyuntura de sus derechos laborales y asistenciales. Todo lo que se ahonde en este campo corresponderá a justicia y razón y no podrá cuestionarse desde ninguna instancia institucional y gobernante del signo que fuere. Sea bienvenida aquí la protesta ciudadana, callejera o no, dentro de los límites constitucionales, fuera de los cuales sólo hay a la postre destrucción irreparable de lazos y tejidos sin los que resulta inimaginable cualquier camino de solución.

Pero más allá de este escenario cívico, por entero necesario y respetable en tiempos en que los partidos políticos, hogar y fermento irreemplazables de la vida en democracia, obliteran frecuente y desmañadamente parte de sus cauces representativos, sería de todo punto halagüeño que, de manera espontánea, prolongáramos nuestro horario de trabajo íntimo y propio, en aras de un rendimiento mayor en parcelas ajenas al oficio y profesión diarios, en los casos de los favorecidos hodierno por lo que, en el presente, cabría denominar de prebendas. La productividad cultural a través de los mil canales de su dinámica se acrecentaría grandemente, con positiva traducción en los campos más imprevisibles y anchurosos, desde la adultez de gustos y sensibilidades artístico-literarias, a la madurez de una opinión pública en España muy deficitaria de solidez y capacidad expresiva.

Por supuesto, que las sugerencias antedichas no son o no quieren ser recetas de atrabiliario arbitrista en horas de incertidumbre y pesar nacionales. Los caminos reales y efectivos de la salida de la tesitura dramática que envuelve la existencia española y la de otros muchos países de los cinco continentes, pertenecen a un ámbito bien distinto del voluntarismo o de la ilusión ribeteada de utopismo. Mas aún así, la solidaridad y empatía con los millones de mujeres que, en la muy espaciosa geografía hispana, se enfrentan con la responsabilidad diaria con el mismo temple de la señora madrileña aludida al principio de estas líneas, no sería en nada desaprovechable para construir un futuro más luminoso y justo que el presente.

* Catedrático