Inmerso en una familia religiosa, sin ser especialmente mojigata, y en un colegio, eso sí, más hipócrita que ella, me enraicé en un sentimiento tan profundo a la fe que los avatares posteriores no hicieron que se tambaleara. Las contradicciones, los dogmatismos, la incultura de muchos curas resbalaron sobre mi conciencia, no por soberbia, sino dejándome daño. Mi primer obstáculo saltó temprano: fuera de la Iglesia Católica no hay salvación y ahora algunos vuelven con esa monserga. O sea ¿si yo hubiera nacido en Africa --me decía-- estaría condenado a no ver jamás a Dios? Eso no podía ser cierto, ni Dios sería bueno si así fuera, pues por un azar geográfico no podía uno irse al infierno. Con un entusiasmo inusual, era el primer voluntario en salir a pedir, el día del Domund, con la decapitada cabeza de un negrito como hucha, para librarlos de las calderas de Pedro Botero.

Es de aberrante beatería afirmar que "ni la hoja del árbol se mueve sin el permiso de Dios", metáfora tierna para viejitas con rinitis alérgica, pues echándole a Dios la culpa de sus estornudos, todos lo celebran diciendo ¡Jesús! Y cuando se le repite el ¡achiis! con la rinorrea, le mentan a la familia entera: ¡Jesús, María y José! Y éste es el Dios en el que tampoco creo: el responsable del cáncer del fumador ni en el de hígado del bebedor. No fue Dios el que mandó el temblor para inhumar bajo escombros a los de la Adoración Nocturna o a los que hacían fornicación.

-- Entonces dígame, doctor --me preguntó don Melchor, abogado, padre al que a su hija de 28 años le acababan de diagnosticar una fatalidad--, si no me aferro a un designio divino ¿a quién lo hago? --Si usted se alivia sintiéndose borrego degollado por un Dios sádico, hágalo, no lo dude, pero yo me agarraría a El para pedirle fuerza para tanto dolor o para rogarle un milagro como hizo con Lázaro.

Ahora mi obispo ha escrito una carta que ha enfadado a los que no son de su Iglesia y a muchos de los que lo son y van al confesionario, que como él está liberado de ese cuchicheo no se entera. No aceptan el gazpacho que hace con la biología, la fisiología y con la esencia del mismísimo Dios.

"La ideología de género --dice-- no respeta para nada la propia naturaleza en la que Dios ha inscrito sus huellas: soy varón, soy mujer, por naturaleza". ¡Ay! mi prelado se olvida de Luca de Tena y sus renglones torcidos, a no ser que pretenda mandar a Dios a caligrafía para que enderece el renglón. Con permiso: Dios, mi señor, inventó la ameba y va y dijo: ¡Hala, a reproducirse! Y la célula se convirtió en el homo antecessor , y no tuvo la necesidad de mutilarnos quitándonos ninguna costilla. No sé si su reverencia echa en falta alguna, los curas que he explorado están completos pero en los obispos no sé cómo anda la cosa.

"Ya no valdrían las ecografías --dice en su carta-- que detectan el sexo de la persona antes de nacer --y sigue--. Lo que vale es lo que el sujeto decida. Si quiere ser varón, puede serlo, aunque haya nacido mujer. Y si quiere ser mujer puede serlo, aunque haya nacido varón".

Permítame, señor obispo. Esa elección que no corresponde a la genitalidad no es capricho de la ameba, sino que nos viene impuesta. La ecografía nos enseña la morfología del cuerpo pero no su función, la respuesta fisiológica la rige el instinto que tenemos programado en el sistema límbico del cerebro. O sea, que el bebé que nació con genitales de macho o de hembra, cuando desarrolla esas áreas cerebrales puede hacer que canalice sus estímulos emocionales hacia el otro sexo (hetero), hacia el mismo (homo), o hacia ambos (bisexuales). Los transexuales, ominosamente vilipendiados, someten su cuerpo a su auténtica identidad cerebral. No hacen pecado: cometen, a veces, heroica coherencia; el cuerpo es el espacio físico donde nuestras emociones se proyectan. Si se considera que Dios le colgó al varón los genitales y a la hembra la horadó, ¿quién inscribió en sus cerebros la tendencia equívoca? Su teoría acusa a El, mas yo me quedo con que son caprichos de la biología a escrutar; no entender esto propició delitos de lesa humanidad y es pírrico denostar al contrario por asumir el mismo modelo familiar con que nuestro Dios deslumbró a la humanidad.

Al ser médico alquimista fueron varias las madres que me pidieron algún potingue para evitar las erecciones de sus hijos paralíticos mientras los enjabonaban. --No puedo con esta situación --me decía llorando-- no sólo por mi hijo que lo frustro, pues quiere que siga frotándolo; es que yo me siento incestuosa, edípica, tengo cargo de conciencia, a su padre le pasa lo mismo y sentimos aversión a que otra persona viole su intimidad. Al no ser casos de priapismo, no podíamos sedarlos ni anestesiarlos cada día. Vaya papelón, monseñor. Aquí no cabe ni Dios, ni en el que creo ni en el que no creo.

Vean Las Sesiones , un peliculón: un tetrapléjico, más inválido que Ramón Sampedro, que prefiere vivir, amar y gozar asesorado por un cura de la Iglesia que confieso. Ahí se apuntan soluciones no solo para los "renglones cambiados" sino también para los que por tratamientos médicos sufren impotencia viéndose obligados a llevar "la mujer en la mochila", dicho de repugnante machismo oído a pacientes, carentes de valores humanos, que alardean de que la amada es un trasto si no la necesita para encamarla.

Monseñor, ¡sírvase urgente la película! Y entóneme pronto el Ego te Absolvo, no sea.

* Catedrático emérito de medicina.