Es el título de la exposición que estos días José Manuel Belmonte Cortés (Córdoba, 1964) nos presenta en la Sala Orive. Mis felicitaciones a la Delegación de Cultura de nuestro Ayuntamiento. No he sentido mayor vértigo ante una escultura. Belmonte ha conseguido un prodigio con la materia: convertirla en aire. Ya Milan Kundera nos previno: "La insoportable levedad del ser". Porque son esculturas que expresan la soledad del ser humano ante sí mismo, el espacio y el tiempo. El ser humano anhelando ir más allá, siempre más allá, pero nunca más allá. Esculturas que son la melancolía, el desasosiego, casi la angustia, dentro de su tremenda palpitación de vida. Dan ganas de acogerlas y cobijarlas. ¿Son el alma, que quiere escaparse del cuerpo, o el cuerpo, que quiere descargarse de ese peso insoportable del alma? ¿Para qué esos cuerpos atléticos si la existencia se nos hace asfixiante tantas veces? ¿Todo acabará en ese ensimismamiento de esos otros cuerpos ancianos, casi sabios, casi dementes en su trágico abandono? Estas esculturas cumplen el rasgo fundamental que para mí debe tener toda obra de arte: no somos la misma persona antes que después de haber pasado por ella. Es decir, un arte humano, que tanta falta hace. Porque ante estas esculturas de José Manuel Belmonte, el espectador, al contrario de otras veces en un poema o un volumen, no se siente ajeno, es decir, no se siente solo; siente que ha sido escuchado y comprendido, que el arte no es un rompecabezas infinito e inútil, sino un alma que le habla a otras muchas almas. Gracias.

* Escritor