Pequeña, muy pequeña se quedaría la cueva de Alí Babá para albergar a tanto rufián y corrupto como hay en la vida política española. Ya sabíamos de los trepa de cada partido que medran desde las juventudes a base de cabezazos y hoy ocupan altas responsabilidades sin haber dado un palo al agua en su vida; ya conocíamos la nula formación y escasa experiencia de muchos de los cuadros dirigentes de nuestros políticos más cercanos; ya resultaba vox populi las prebendas, dietas, gastos de representación y protocolo con el que nuestros líderes se dan un viajecito por aquí o cualquier otro homenaje por allá a costa del presupuesto. Todo ello sumado a los indultos sin justificar de delincuentes, a la connivencia con el poder financiero, al reparto de cargos en instituciones, a la mordaza de los órganos fiscalizadores y de control. Pero lo que más se atraganta al personal en este tsunami de decadencia y crisis de vergüenza es la infamia y el descaro de quienes se llenan los bolsillos propios utilizando el nombre del pueblo y su bienestar, sobre todo en estos momentos en que se nos piden sacrificios y se recortan derechos. Y lo peor de todo, es que sólo conocemos la punta del iceberg.

La ciudadanía comienza a creer que hay un Carlos Fabra y un Baltar en muchas diputaciones de España, un Julián Muñoz en muchos ayuntamientos, muchos fondos de reptiles autonómicos, y un Bárcenas en muchas estructuras de poder.

Ahí está los casos Filesa, Gürtel y la actual condena de Unión Democrática de Cataluña asumiendo su financiación ilegal. Nada de esto es inesperado y nada serio se está haciendo para corregirlo desde la base.

Ante vergonzoso y fétido espectáculo, es lógico el desconcierto de unos ciudadanos que ven a la clase política como el tercer problema más grave del país, se lo ganan a pulso. Y esa desafección, ese desapego del que tanto hablan sesudos politólogos no es sino por razones de higiene de quienes no se sienten representados ante tanta escandalera.

Por eso las personas de mejor talla intelectual y trayectoria profesional, que son capaces de mantener un criterio propio más allá del impuesto, no se ponen al servicio de esa cuadrilla que inmola y saca de la foto todo lo que se mueva. Y explica que la oligarquía partitocrática se enroque y se resista a reformar la ley de financiación de los partidos políticos y la ley electoral en un sistema de listas abiertas, para seguir controlando a su servicio a los afines que nos mandan como candidatos en cada convocatoria y el ciudadano se ve abocado a elegir entre lo malo y lo peor. Siempre fue complicado aquello de poner el zorro a guardar las gallinas. España no sólo tiene un problema de crecimiento económico y desempleo.

Tiene un problema grave de desconfianza que están alimentando quienes deberían generarla. Y que no me digan que éste, a pesar de todo, es el sistema menos malo conocido, porque yo no me resigno por otro más limpio y transparente que, de seguro, es posible. Es hora de exigir cambios en profundidad, y si quienes tienen la responsabilidad de hacerlo no lo consiguen, surgirán otros líderes que lo hagan por todos.

* Abogado