Dicen que los sabios van callando con el paso del tiempo, con el devenir de los años. Quizás por eso leímos de más jóvenes que a Jorge Manrique solo le cabía la muerte de su padre en ese vaso de la vida que se pasa tan callando; quizás por eso un día llegué a comprender la inexplicable brusquedad del final de la Llama de Amor Viva de Juan de la Cruz, harto ya muy probablemente de ese continuo sin-decir, cansado ya de retorcer cada palabra hasta su propio límite y comprobar que el lenguaje --como nos recordó Guillén-- resulta algunas veces y a todas luces muy insuficiente; por eso quizás la palabra, en el evangelio de Juan, no tuvo otro salida, otro remedio que terminar por convertirse en carne.

Si queréis que os diga la verdad, de él, de nuestro padre Gonzalo, recuerdo más el silencio que la palabra, ese silencio activo de sus ojos que cada día contemplaban extasiados lo que cada uno de sus innumerables alumnos y alumnas del Colegio Virgen del Carmen podía ofrecerle en gratitud por su presencia permanente de tantos años como director y profesor de este centro educativo. De él recuerdo su sonrisa, porque me consta que sus profundas tristezas, que las tuvo, sus enfados, sus cabreos, que también los tuvo, solía reservarlos para la soledad de su despacho o al abrigo de los más íntimos, como quien sabía muy a ciencia cierta y aunque no disfrutó de nuestros profundísimos avances en materia educativa que lo que el alumno quiere ver en la cara de su maestro, sobre todo cuando despunta el alba, es una sonrisa contagiosa que lo predisponga a conocer un poco más desde diferentes facetas del conocimiento humano en qué puñetas consiste esto que llamamos vivir.

Nos convirtió las lenguas muertas en lenguas muy vivas con aquellas palabras imposibles que nos lanzaba cuando nos preguntaba y no sabíamos responder. Nos supo descubrir las bondades de la reflexión filosófica, lingüística e histórica, pero de tal manera que, aún no sabiendo exactamente en qué asignatura te encontrabas en ese momento, estabas completamente seguro de que algo estabas aprendiendo y no querías perder ese tren de ninguna de las maneras.

Nunca entendió de horarios porque supo comprender que la juventud es la que marca el pulso de las horas. Creo que todos aquellos que tuvimos la suerte de habernos tropezado con él en este camino sabemos hoy lo que significar ser primus inter pares .

Hace pocos días nos llegó la triste noticia de su muerte, probablemente alegre para él, de su retorno a la Palabra desde una tierra que, según dicen y defienden algunos, ya no quiere formar parte de nosotros y hoy su colegio, sus alumnos y sus compañeros le rendimos un merecido homenaje únicamente para decirle que nos hemos quedado su mirada y su sonrisa, para decirle que ser carmelita descalzo, más allá de burocracias administrativas o eclesiásticas, es algo que pertenece a lo más íntimo del ser humano porque fue él precisamente quien más y mejor nos enseñó que nunca el hábito construye al monje.

Si entre los pucheros, como decía la santa de Avila, camina Dios, no les quepa duda de que el padre Gonzalo fue un hombre de Dios porque fue cocinero antes, durante y después incluso que fraile.

* Profesor de Filosofía