El Caso Barcenas vuelve a darle una vuelta de tuerca más a la situación de corrupción política de este país. O quizá no se trate de una situación, pues esto suena más a ocasionalidad o eventualidad. Tal vez el término más adecuado es modelo. En España existe un modelo de corrupción política. Un modelo franquiciado por la mayoría de los partidos políticos y sálvese quién pueda. Por supuesto, que hay tipos dentro de las estructuras de los partidos políticos que van a aprovecharse, a sacar tajada, pero de estos no estamos hablando, ya que son inevitables pues actúan con el denominador común del individualismo a través de la premeditación y la alevosía. De los que en ésta hablamos son de esos que están dispuestos a jugarse su individualidad por el partido, por supuesto también sacando tajada y, por supuesto, todo presuntamente, y, por ende, con la connivencia y el beneplácito de los que lo saben pero lo negarán si se descubre periodística o judicialmente hablando. Y es que los partidos necesitan mucha pasta, entre otras cosas porque hay muchos viviendo de eso. Pero ésta será la cuestión de otra columna, en esta hablamos del modelo de financiación de los partidos políticos en la cara oculta de la legalidad y a la sombra de la democracia, y ahora a la luz de esta crisis que aún pone más el blanco sobre el negro de la ingente pasta que mueven los partidos con respecto a los recortes y las prestaciones y los servicios públicos de los ciudadanos. Aunque la cuestión, a estas alturas de la película democrática, ya ni siquiera es la pasta, sino el menoscabo de la democracia.

Pero no un menoscabo que comienza no sólo a minar los principios de la democracia, sino a lo que esos principios representan: los ciudadanos. La ecuación crisis corrupción puede convertir a la democracia en una incógnita ciudadana.

* Publicista