Para algunos futurólogos la imagen humeante de las Torres Gemelas, tras el mayor atentado terrorista de la Historia, es la plasmación visible del fin de una hegemonía económica y cultural, que será reemplazada --los tronos imperiales jamás quedan vacantes-- por la China, potencia emergente a la que ven sustituta de los USA, país generador de esta crisis financiera que abrirá la puerta a un mundo distinto. Siguiendo tal hipótesis hay quienes creen que nos hallamos a un paso del relevo y, antes de medio siglo, las hamburguesas serán reemplazadas por tazones de arroz, el inglés por el chino de los mandarines, los espaguetis y pizzas por fideos cantoneses, el kétchup por salsa de soja, los tenedores por palillos, los trajes de chaqueta por kimonos y blusones modelo Mao... y así sucesivamente --con la excepción de la coca-cola y los tejanos que poseen el don de la perpetuidad--, porque el género humano es mimético y cuando el orbe cambia de dueño se modifican los hábitos adquiridos. En este caso, a la inquietud que conlleva toda revolución universal y sus giros copernicanos, cabe añadir la engendrada por la circunstancia de que la China hermética, con un índice muy elevado en los test de inteligencia, sigue siendo una potencia comunista, aunque haya atemperado, sin abandonarlo, el marxismo a su idiosincrasia oriental. Así las cosas, los orgullosos occidentales tendremos que arrumbar, muy pronto, por inservibles, las aspiraciones de la democracia plural, sustituyendo la solemne recopilación de los derechos humanos por las enseñanzas pueriles del Libro Rojo , mientras el Planeta, tan contaminado como Pekín, se llena de Grandes Timoneles que anhelan para sus súbditos la silenciosa paz celestial. Un panorama desalentador que está --dicen-- a la vuelta de la esquina. Que Buda y Confucio cojan confesadas a las nuevas generaciones.

* Escritor