El aceite goteaba de la vieja máquina mientras Andrés Núñez de Prado observaba las tonalidades, el olor y el impacto del zumo en el paladar. Francisco, su hermano, esperaba con los modales del hombre tranquilo que se sabía heredero del saber labriego. Al instante iniciaba la explicación de una singular almazara que inició su andadura en 1989 tras generaciones de cultura olivarera impregnada en sus genes. La familia baenense abrió ese año un molino que se convirtió en el atractivo del olivar en España. Miles de personas llegan desde entonces todos los años para constatar que lo que hoy es patrimonio de la humanidad, la dieta mediterránea, se convirtió en estos hermanos en razón existencial hace décadas. Baena tributó ayer un homenaje a Francisco, el embajador del aceite del Guadajoz, el emprendedor que hizo que se mirase el aceite andaluz desde una nueva perspectiva. Hoy, cuando la preocupación de los productores se concentra en la pérdida de ayudas y en los precios, es cuando el mensaje creativo que arrancó de los olivos tiene más vitalidad. Sin duda, en la historia del aceite cordobés hay que incluir, junto a nombres como Antonio Carbonell o Baldomero Moreno, a Francisco Núñez de Prado. Con su hermano Andrés, secundados por el resto de la familia, cimentaron un proyecto símbolo de calidad que llegó a mercados muy lejanos. Núñez de Prado ha ennoblecido el aceite, lo ha envuelto de la cultura que nos retrotrae a la bética romana y ha dignificado la labor de miles de jornaleros olvidados sin los que nunca se hubiera entendido el olivar andaluz.