Quienes militamos en partidos políticos, va para cuarenta años que lo hago en el PSOE, solemos estar atentos a las declaraciones de nuestros dirigentes y con frecuencia, más en la izquierda que en la derecha y no siempre con justicia, las valoramos críticamente. Creo que ese espíritu crítico mantiene viva la capacidad dialéctica del partido y es premisa imprescindible para su salud democrática, por lo que nunca debemos renunciar a él y, menos aún, cuando la ciudadanía nos reclama una nueva cultura en las actitudes y comportamientos políticos. En esta ocasión, llaman mi atención unas declaraciones del secretario general de los socialistas andaluces, mi compañero Pepe Griñán, en las que, según recoge la prensa, dice no apreciar "problemas de ideas" en nuestro partido y sí de "personalidades" entre quienes aspiran a liderarlo. Apreciación que no comparto. Sufrimos una crisis que afecta, en primer lugar, a la economía y finanzas, pero también al mantenimiento del Estado de bienestar, a la viabilidad y funcionamiento del Estado de las autonomías y a la necesidad y crédito de instituciones y partidos políticos. Una crisis global y compleja, que exige de la izquierda la articulación de un proyecto político que incida en el poder y en la riqueza, en su equilibrado ejercicio y en su justa distribución, como alternativa a la única y obsesiva estrategia del PP, consistente en el control del déficit mediante el recorte del gasto social y la inversión productiva, la privatización de lo público y la recentralización del Estado. Y para conseguirlo hacen falta ideas y también, dicho con palabras del expresidente Chaves, hay que asumir riesgos y ser audaces.

En estas circunstancias de emergencia social, cuando los socialistas hemos sufrido fuertes derrotas electorales y, con ellas, la pérdida de poder institucional y, lo que es más grave, la pérdida de credibilidad e influencia social, nuestro problema no puede ser la personalidad de quienes aspiran a dirigirnos, sino la falta de ideas para articular una oferta reformista creíble, capaz de dignificar la política y de dar respuesta a las necesidades ciudadanas. Ideas necesarias para combatir la gestión de un gobierno economicista y autoritario, que Rajoy y la derecha europea nos imponen como irremediable, y que sacrifica derechos y conquistas para asegurar el poder de la banca y las ganancias especulativas de los mercados. Al igual que lo son para formular un modelo sostenible de crecimiento económico que, junto al abandono del viejo victimismo de la izquierda y su tradicional idea de Estado benefactor, haga posible que la socialdemocracia renueve el pacto que alumbró el Estado de bienestar, entendido hoy como la sociedad del bienestar que asume sus obligaciones individuales y colectivas, en especial las medioambientales y tributarias, y que, reconozcámoslo, es más exigente con la extensión y calidad de los servicios que recibe, que con la naturaleza de quien los preste. Obligado es, por último, que, a la vez que reafirmamos la defensa del Estado de las autonomías y admitimos la necesidad de su reforma, sepamos definir sin ambages nuestro modelo alternativo de organización territorial de España, siendo tajantes en el rechazo de "comprensiones" hacía trasnochados nacionalismos y, con más firmeza aún, hacia quienes reclaman un iluminado "derecho a decidir". Si nuestro modelo pasa por reformar la Constitución y avanzar hacia un Estado federal, tal como es mi opción, digámoslo con claridad, sin adjetivos ni enigmas, y sin ningún temor a las arremetidas de la derecha centralista ni guiños estratégicos hacia la izquierda radical. Disponer de todas estas ideas, tan necesarias como las reformas que aseguren la eficiencia, la transparencia y el control democrático de nuestras instituciones, hasta el extremo de garantizar el cierre de todas las ventanas por las que se cuela la corrupción, no será suficiente para convencer al electorado de que volvemos a ser alternativa de gobierno. Porque nuestro discurso político no será creíble si no afrontamos la modernización de las estructuras organizativas y de funcionamiento del partido. Para la ciudadanía, nuestras sedes tienen que volver a ser Casas del Pueblo y no unos desconocidos locales, lugar de reunión de las ejecutivas o de solo un puñado de sus miembros, en los que se atrincheran quienes tienen en la política su única profesión. De su apertura a todos, de su cercanía a los ciudadanos y a sus problemas, del permanente ejemplo de coherencia y honestidad en las conductas que desde nuestra sedes se transmita, dependerá que los socialistas volvamos a merecer el respeto y el afecto perdidos. Ojalá consigamos pronto que regresen a nuestras filas muchos, de entre los mejores que las abandonaron, y, entonces sí, el partido tendrá problemas de "personalidades" entre quienes aspiren, no solo a ser dirigente, que siempre tuvimos, sino a ser quien nos lidere.

Mientras tanto, seguiremos teniendo "problemas de ideas".

* Militante del PSOE