Cuando el domingo a mediodía bajaba por la calle Jesús María me sorprendió ver delante del Conservatorio a un venenciador obsequioso que escanciaba vasitos de vino fino --puro oro líquido-- para ofrecerlos a los transeúntes, muchos de ellos turistas. Sobre el barril una cartela indicaba que "Montilla es aroma a cultura, a historia, a vino". Casi nada. Seguí por Blanco Belmonte y me crucé con un gallardo joven vestido de fraile franciscano que repartía a los sorprendidos viandantes una cartulina con su identidad: era San Francisco Solano, patrono de Montilla y evangelizador del Perú. Más abajo, por la calle Conde y Luque transitaban tres enlutadas muchachas cuya caracterización como viejas no lograba ocultar su resplandeciente belleza; eran Las Camachas, brujas montillanas del siglo XVI citadas por Cervantes en su famosa novela El coloquio de los perros . Poco más adelante, entre los abigarrados comercios de la calle Deanes surgía la apuesta figura de otro joven actor que encarnaba al mismísimo Inca Garcilaso de la Vega, insigne historiador peruano y amontillado que vivió y murió en la casa número 6 de la calle, como acredita una lápida.

En distintos rincones y calles de la Judería salían al paso del sorprendido paseante otros ilustres personajes, todos montillanos de nacimiento o adopción, como San Juan de Avila, recién proclamado doctor de la Iglesia, ante cuya urna sepulcral acude a postrarse el clero peregrinante; el afamado pintor José Garnelo y Alda, que en la antigua Casa de las Aguas de su ciudad adoptiva tiene un primoroso museo; el militar y bodeguero Diego de Alvear, cuya fragata Mercedes fue hundida por los ingleses frente al Algarve en 1804 con un rico cargamento, que sepultó el mar hasta su reciente rescate; y, cómo no, el mismísimo Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, que, como si se hubiese apeado del caballo de Las Tendillas, explicaba sus victoriosas batallas a los turistas.

Esa galería de preclaros montillanos, encarnados por jóvenes actores que paseaban por la Judería como por su casa, era parte de la embajada cultural Reflejos de Montilla , la primera de una prometedora serie promovida por Diputación, Ayuntamiento y Universidad, que tiene por objeto acercar al corazón de la Córdoba monumental un selecto muestrario de recursos culturales, turísticos, artísticos e incluso gastronómicos de los pueblos, para que Córdoba y sus gentes se impregnen de ellos y sientan la necesidad de ir a conocerlos.

Tan cordial embajada había instalado su cuartel general en la facultad de Filosofía y Letras, que mostraba artísticas pancartas elogiosas de las bondades de Montilla. Traspasado el zaguán, flanqueado por mostradores de informa-ción turística, sorprendían al visitante estandartes y atributos de la afamada Centuria Romana Munda, mientras que en la galería baja se mostraba una colección de artísticas fotos y una selección de añejos libros dispuestos en vitrinas, pertenecientes al rico fondo de Manuel Ruiz Luque y relacionados con San Juan de Avila. Más adentro, en el patinito de columnas, el pintor Carlos Cobos colgaba sus cuadros de bailaoras y toreros. La facultad acogió además en su aula magna conferencias sobre la Montilla monumental, su museo Garnelo y el vino en la cultura y en la historia, sesión complementada con una cata dirigida de sus caldos incomparables.

En la placita del Cardenal Salazar un tablao instalado para la ocasión permitió que el arte flamenco de Antonio Mejías y Paco Luque sacudiera el sábado el corazón de la Judería y que el grupo Capachos acariciara los oídos con sus gratas melodías. A través de la angosta calleja dedicada al mismo cardenal podía uno acercarse a San Bartolomé para adquirir dulces del obrador monjil de Santa Clara o incomparables alfajores de almendra de la pastelería de Manolito Aguilar (los mismos que Manolete compró con los primeros duros que ganó toreando); nunca habrían soñado con vender semejantes delicias en una capilla gótico-mudéjar del siglo XIV. Hasta restaurantes de la zona incorporaron a su carta de postres un surtido de dulces montillanos. Y aún hubo una exhibición del arte de la tonelería --esa madera de roble donde el vino dormita sin prisa para envejecer-- en la plaza de Maimónides a cargo de Rafael Cabello. Montilla se ha reflejado en Córdoba con una muestra de sus esencias, aunque lo mejor hay que buscarlo allí, a media hora por la autovía. El próximo reflejo será el de Palma del Río, cuando las naranjas maduren. H

* Periodista