Con el advenimiento de la democracia la igualdad sufrió una sobreutilización conceptual que la desnaturalizó hasta el punto de marginar al honor que ha sido ahogado por la extensiva interpretación de dignidad, mucho más adaptable a los vaivenes de la división de poderes. La dignidad es patrimonio de todo ser humano por el hecho de haber nacido cuando se erige en destinatario de derechos que debieran defenderlo de la arbitrariedad pero se ha pretendido incompatibilizar con el honor, siendo este un paso más, una "dignidad al cuadrado". La dignidad se tiene pero el honor se ejerce y requiere un esfuerzo adicional, por eso es más difícil de practicar pues precisa una acción a la que no todo el mundo está dispuesto. Partiendo de que todos somos iguales la gente con honor es mejor. Carlos Dívar, expresidente del Supremo, se ha visto anulado y humillado por una cuestión secundaria, burocráticamente insignificante en comparación con la piara de sinvergüenzas de toda sigla que ha hundido España por no saber administrarla. Ninguno ha tenido el honor de renunciar a los privilegios dejados por el desempeño pésimo de su cargo. En cambio Dívar, después de dimitir y ver cómo el mismísimo Príncipe de España le hacía un desaire vendido por televisión, ha renunciado a una cuantiosa indemnización de millones de euros. Pero como las acciones del honor no convienen divulgarlas en una democracia corrupta porque dejan en evidencia a los que se suponen que rigen nuestros destinos, la acción ha pasado de largo por los medios, compinches del sistema y verdadero opio del pueblo de este país.

* Abogado