El cine, siempre el cine, que continúa saliendo a nuestro encuentro, con su variada gama de mensajes según el género. El niño de la bicicleta es Cyril, con sus doce años, obsesionado por un único objetivo: encontrarse con su padre que le dejó temporalmente en un hogar infantil de acogida. Conoce por casualidad a Samantha, una mujer que está dejando de ser joven, con novio, y que regenta un sencillo establecimiento de peluquería. Samantha accede a que se quede con ella los fines de semana. Cyril no quiere reconocer el amor que Samantha siente por él, un amor que el niño necesita desesperadamente para calmar su rabia. El niño se deja seducir por un joven traficante que lo utilizará de camello para trasladar droga y, enredado por él, entrará en una espiral de graves peligros. La mano de Samantha estará siempre abierta.

Todas las cintas de los hermanos Dardenne, los cineastas belgas directores de este filme, se parecen mucho. Quizás éste sea su filme más duro y más hospitalario para el espectador. La denuncia social, la desesperanza de algunos de sus filmes anteriores, es más manifiesta, aunque siempre hay algo en el final de sus historias que permite hablar de puerta abierta. Junto a su primera obra La promesa , El niño de la bicicleta comparte la misma esperanza y un final feliz con sus incertidumbres donde se señala el camino hacia un mundo solidario y humano que la sociedad actual trunca y corrompe. Por eso, junto a sus otras películas, los hermanos Dardenne insisten en subrayar la necesidad de vincularnos en una sociedad de compromiso y solidaridad con los más débiles, escapando del individualismo y desvinculándose de la delincuencia y el mejor modo es regresar a la familia, como mejor reconstrucción de un mundo justo, de una sociedad verdaderamente humana. Desesperadamente, todos los personajes de estos dos directores hermanos andan buscando la felicidad, la redención de unas culpas que no son de ellos sino de la injusta e insolidaria sociedad en la que viven. Corren constantemente, como huyendo hacia adelante de sí mismos, padecen una hiperactividad constante, como medio de autorreconocimiento en su vida. En su inconsciencia parecen buscar unas referencias morales que no poseen porque nadie se las ha dado, hasta que encuentran una mano amiga y salvadora que les marca el norte perdido. Así hará el niño de la bicicleta cuando intenta zafarse de la mano de los enfermeros que no quieren permitir que se escape del consultorio: se agarra violenta y fuertemente a la mano de Samantha, empezando así el principio de su redención. En la sociedad de esta hora hacen falta manos abiertas que ofrezcan, al menos, un poco de compasión y de afecto para salir de tantos atolladeros como ahogan y paralizan.

* Periodista