Vivimos tiempos difíciles, pero también raros. No me refiero al horrendo, y degradante para la condición humana, caso Bretón ; a la violencia machista, que, como el rayo, no cesa; a la oleada, obscena, de incendios forestales de este verano, o a la tan manida y cacareada prima de riesgo, que más que prima parece ya hermana. No. Hablo de cosas más mundanas y esperpénticas, como el famoso Ecce Homo de Borja, convertido en icono a la fuerza capaz por si solo de cuestionar las leyes del márketing, un revulsivo algo canalla frente a la angustia y el desasosiego que nos dominan; la moda, por parte de algunas políticas, de grabar videos íntimos, convertidos en pasaporte eficaz para la portada de revistas eróticas; esos jóvenes capaces de acampar durante semanas al raso para entrar los primeros a un concierto de Lady Gaga, de esperar noches enteras a que abran las tiendas para ser los primeros en adquirir su perfume con olor a semen; o el descubrimiento, realmente traumático, de que Daoíz , uno de los leones de bronce que presiden la puerta del Congreso de los Diputados, en Madrid, no luce su virilidad como debiera, en una metáfora efectivísima de cómo ha evolucionado la imagen que tiene la ciudadanía de dicha institución. Son, sin duda, cortinas de humo, elementos catárticos destinados a mantener nuestro equilibrio mental más que inestable en los tiempos que corren, pero también indican un grado de degradación moral sintomático. Es obvio que los españoles sabemos reírnos de nosotros mismos. Eso nos salva de caer por completo en la desesperanza; pero un país cuyos telediarios dedican diez veces más tiempo al Madrid-Barça que a los recortes, el paro o el empobrecimiento generalizado de su población, exhibe al mundo un estado de salud mental más que preocupante, incluso en el caso de que la opción sea justificada como una simple, y necesaria, vía de escape. Tampoco sirve de consuelo que algunos de estos comportamientos alcancen ocasionalmente a otros países de nuestro entorno. Por momentos, resulta harto difícil no dudar del buen juicio universal.

Lo de esos chicos, capaces de movilizar sin la menor pereza cuerpo, alma y bolsillo para disfrutar del mejor sitio en un concierto, o poseer un producto de calidad más que cuestionable que podrían adquirir sin problemas al día siguiente en cualquier tienda, mientras el futuro se les desintegra sin remedio entre las manos, es, cuando menos, perturbador. Como docente, los jóvenes son mi material de trabajo; en su mayor parte marcadamente pasivo. Por eso, cuando veo que, víctimas de una mitomanía preocupante, no dudan en salir a la calle por intrascendencias como el fútbol, el cine o el pop, mientras se limitan a mal llevar sus estudios, viven sumergidos en la realidad paralela de las redes sociales, y permanecen impasibles ante el desmoronamiento general del mundo, no puedo evitar un escalofrío. ¿En qué nos hemos equivocado, para que sufran tal inversión de valores? ¿Cómo hemos permitido que pierdan el contacto con la realidad hasta ese punto? Sí, lo sé, hay otro sector de la juventud que destaca por sus inquietudes y representa, probablemente, la generación mejor formada de la historia de España, pero es que ésos se marchan cada día a otros países, en una sangría lenta, pero inexorable, que se perfila como la prueba más traumática y definitoria de nuestro fracaso como nación.

Supongo que me siento así porque yo pertenezco a una generación a la que nos costó luchar denodadamente por cada cosa que conseguíamos. Hoy, en cambio, por mucho que busco soy incapaz de encontrar a esa juventud rebelde, contestataria, utópica que implican la edad y la palabra. Tal vez, en el fondo, náufragos en el paraíso, son el reflejo pendular y algo paradójico de nosotros mismos, de nuestra poquedad y escepticismo; y mirarse en el espejo no siempre resulta grato. En cualquier caso, es hora de reacciones. De otra forma, el tiempo los engullirá como si no hubieran existido, y pasarán por el mundo como una generación fantasma, incapaz de encontrar su sitio. No todos, por supuesto; pero basta, por ejemplo, comprobar cuáles son los programas de televisión con mayor audiencia para captar que muchos de ellos aspiran sólo a imitar esos modelos: arribismo, fugacidad, saña, falta de escrúpulos, carne frente a cerebro...; un cóctel que pone por sí solo los pelos de punta, y hace que a uno se le quiten las ganas de reír cuando lee o escucha ciertas noticias.

* Catedrático de Arqueología